Empezando por mí, la primera gran decepción de mi infancia fue descubrir, a los seis años, que no existía un hombre gordo de rojo dejando regalos bajo el árbol. Pero si de desilusiones hablamos, la primera que provoqué fue a mi madre, cuando creyó que la habían citado por mi buen comportamiento y en realidad era para decirle que yo era un crío incontrolable con una adicción a colgarme de las cortinas.
En el amor, me sentí insignificante cuando me abandonaron y, una semana después, ya vivía con otra persona. Y si de defraudar se trata, fallé a un gran amor cuando me negué a tener hijos.
Laboralmente, entendí que no importa cuán bien hagas tu trabajo, al final solo sos un número.
Las amistades por las que darías la vida rara vez son recíprocas.
Pero lejos de verlo como algo negativo, creo que solo revela cuán insignificantes somos y cómo sobredimensionamos nuestra existencia para los demás. A veces, es mejor aceptar que para algunos seremos descartables y para otros, valiosos.
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