Alguien que me tome en cuenta,
ser uno de los primeros pensamientos
tan pronto recupere la consciencia,
que me quiera en la rutina,
en el desayuno, al lavarse la cara,
al caminar por la esquina,
al subir al bus, al ver por la ventana,
al saludar a un colega.
Que sea un deseo consciente,
una elección del día a día,
orgánica y natural,
como comer o respirar,
que me guarde por inercia,
porque soy parte de su vida,
sin suponer un peso per se,
solo ocupar mi espacio,
como los que quiero ocupan en la mía.
Que alguien me quiera,
como se quiere un animal,
una planta, una amiga,
te contenta su existencia,
aunque no tengas que intervenirla,
estás para contemplarla,
demostrarle tu presencia,
conmemorar su venida.
Querer sin una ley o un argumento,
que alguien acepte
incluso sin contemplación,
lo que significa querer todos los días,
hacer las paces con la linealidad
después de atravesar la huida,
que la intimidad se haga cotidiana
no significa que reste importancia,
solo es la simbiosis consecuente
de ser correspondida.
Que alguien me quiera todos los días,
en verano, en invierno y en los intermedios,
en el silencio, en el ruido,
en los momentos incómodos, en los sosiegos,
sobre todo en los de vértigo,
se hace tan real
que quieres salir huyendo,
¿por qué huir de dónde perteneces?
¿por qué perder ese pedacito
tuyo en otro cuerpo?
si de esto se trata la vida,
de querer y morir queriendo.
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