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de Paradis

Oct 8, 2024

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de Paradis
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I

*a Séraphine Louis, encomendada de los ángeles.

Por la mañana, azarosa se encorva a su causa:

hundir en estanques la mano en busca de una gota particular,

de un azul tirando a bordó;

brote amargo que surca el cáliz hecho añicos sobre sus manos escuálidas, apuñaladas por fragmentos de cristal - pues aquello también es supuración;

bilis putrefacta,

amarillo pistilo,

sarpullido solidificado en pequeñas bolas de opar como los bultos encerados sobre el rostro de su Señora: ícono de los ríos que erosionan la roca céntrica de quienes no comprenden la belleza en sus temores;

sea por gloria o seguridad, presa del colchón pelado en el que recuesta sus huesos y guarda, bajo él,

el silencio que recibe de plegarias encarecidas al viento,

todo con la esperanza de que éste mueva las hojas que garabatea con sus dedos.

 

Un día me dijiste vía sueño,

según lo que puedo recordar,

más o menos lo siguiente:

 

«Sobre una montaña alta,

en medio del silencio del mundo,

un ángel se oyó bajar junto a un siervo en pos de la paz

y es que al mirar dentro de mi corazón

reconoció en él mi pavor al cielo

en caso de ataques tanto en los buenos días

como en la tranquilidad que se siente aquí,

debajo el sobrio granito».

 

II

*Rom. II–V.

[Voz 2] «Y el crecimiento de los yuyos no se detuvo ahí; de hecho, lo que alguna vez fue densa materia hoy no eran más que columnas vegetales, extendidas hacia la inmensidad del gran, omnipotente cielo, salpicado por cúmulos que podrían derrumbarse sobre nos en cualquier momento;

densa neblina blanquecina, polarizante,

bruma que entorpece la vista más allá de las manos

y desdibuja, a lo lejos, una gran cúpula que pareciera elevarse

por entre los juncales que desde aquí se asemejan a finas lianas

u exóticos coletones de aves–lira».

[Voz 2] «Y en momentos así pienso que me gustaría ser un gran campo para extenderme aquí, ante la bastedad del vacío y sobre él mis extremidades,

ahora liquidas,

para hacer de mis brazos, vacilantes por el caudal que de ellos emana,

fuente y reparo para las criaturas de agua salada.

 

Pero no recuerdo donde lo leí

o si tan solo es parte del instinto humano;

en caso de ser así …

 

… prométeme que una vez fuera de aquí

nos reencontraremos en la banca céntrica

frente al altar que vio nacer a Venus;

y, si logro salir antes de ti,

dejaré allí un surco de perlas para que puedas, sano y salvo,

traspasar la zona roja del limbo».

 

III

[Voz 1] «Divaga, por entre la falda del monte, una ventisca oscura, difusa, proveniente de la cúspide que, desde aquí, pareciera devorar los carruajes que circundan,

efervescentes,

los relieves del angosto camino conjunto al borde del cañadón

en el que Eco perdió su voz

y donde aquel otro jovenzuelo se lanzó en busca de la belleza que la ilusión de su reflejo le prometió besar una vez tocase fondo y pensé…

 

… que aquella última hazaña se pareció a nosotros,

pues en vida fallamos al proyecto natural

y ahora, en muerte, tan solo nos queda la perspectiva de lo que pudimos ser y de lo que somos ahora:

cuerpos de aire caliente a punto de reventar.

 

Dime, ¿fue aquel destello que divisé por un instante tu presencia?

¿U acaso eres aquella tempestad que invita a sumergirse en ella?».

*

[Voz 2] «¿Puedes oírme…?

Te he enviado, a través de un ruiseñor,

aunque pequeño y agudo en color,

mi voz por entre las densas cuestas pues,

entre condenados,

nadie pareciera concederme el recado.

 

He enviado consigo un listón,

lo verás elevarse por entre los cielos,

y si tu mirada se distrae por entre las maravillas del camino,

éste se convertirá en flor,

lo sabrás porque su aroma es igual de invisible como cautivador.

 

Póntelo en el cuello,

o por entre las orejas,

y suéltalo de vez en cuando a su vuelo

que él volverá hacia mí, exclamando:

¡he visto al monte!

 

Envía con él una espina, una rosa,

un diente o si deseas, una hiedra

capaz de librarme de mi fatídica custodia

que al llegar la mañana partiré,

una vez consiga aventurarme por entre los pasillos del tornado,

en tu búsqueda».

 

IV

 

[Voz 1] «Largados en búsqueda de lo fortuito

hemos encontrado refugio, más no frutos,

con los que amansar la hambruna que el crepitar ronco de los resplandores despabila al fragmentar, en dos, la cúspide del santuario celeste que desde aquí se asemejan a destellos blanquecinos sobre la superficie del Plata:

invisibles para unos,

bocanada de dióxido para otros.

 

Superficie siempreviva en la retina de quienes encuentran, entre las fracturas de los valles, huecos en los que enterrar sus cabezas para consagrar la ensoñación

o la levedad de los huesos hacia un locus amoenus, idílico:

brote invisible ante la ley de los hombres que corresponde, en gran medida,

a la conservación del imaginario

y a la confluencia de sangre entre los amantes de fuego».

 

[Voz 2] «Ameno florece el brezo al conquistar, el claro,

todos los rincones que, por el día, a los píes enfrían u adormecen, más a la noche, las narices de quienes le prometieron, a Sirio, no descansar

o no hasta encontrar,

entre selvas y ríos,

la llave capaz de abrir el pórtico divino.

 

Una vez creí ver el dorso de su medalla arrimarse por entre los geranios pero, al aproximarme, lo que toqué no fue sino tu mano fatigada de buscar por entre la vegetación —que alguna vez circundó la fuente de Neptuno— el dije azul que aún reposa, como lampiño lagrimal exento de las adversidades del mundo

aquí,

sobre mi pecho».

 

V

 

[Voz 2] «Sin embargo, lograr adaptar la vista

hasta el punto de vislumbrar

dentro de estas oscuras cavernas

el brillo negro de las estalactitas

podría ser letal al ardor de la sangre;

pues de inanición mueren los sueños

cuando el níspero veraniego,

en lugar de dar sombra

o tronco al colgado,

no ofrece más que podredumbre en flor;

 

mortal es el vila–vila pa’l équido

así como el puñal de la desidia lo es al pálpito sensible del sagrado cogollo ambarino de Serafines y Pléyades que custodian,

en pos de alejar a la vigilia

(endeble como un largo vestido de aire),

de la penumbra

(aunque no por ello menos luminosa)

de sus ideas».

 

Cruzan por un carril cerca de Arles, sin atisbos de apresuro alguno, siete númenes arrastrando sus caudas bajo el manto eléctrico del Shiranui

e inquieren, ante el silencio del prado, dudas cómo

«¿dónde está el país de las hadas?

¿Será más allá de la isla de Edén?;

¿Podría estar, quizás, debajo las masas de agua oceánica?».

 

«¿Qué habrá, pues, detrás del espejo?

¿A quién deberíamos culpar, entonces,

por la decadencia de nuestros paraísos?».

 

[Voz 1] «Insalubre resulta al espíritu la desdicha

y es que el vacío es una piedra preciosa

(igual de dura e incomestible),

engullirlo sin brío alguno no llevaría más que a la obstrucción de las sensibilidades que el corazón asemeja a ese precario chisperío azul

(entre el ramerío y nuestros nudillos, duros de frío)

que logramos capturar del cielo;

fuese por desesperación o venganza de no haber sido recibidos a la primera

y así, quizá tampoco a la segunda,

pero henos aquí

 

germinando, con sangre y lágrimas,

forestas que en un futuro les servirán de refugio a los moretones de nuestros cuerpos,

(ahora desdoblados)

como si éstos fueran ramificaciones angustifolias».

Charles De Vis

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