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    De la Soledad a la Esperanza | Basado en el Salmo 18

    May 30, 2024

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    De la Soledad a la Esperanza | Basado en el Salmo 18
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    "Recuerdo cuando iba al Parque Central, con su bullicio habitual, siempre había sido un lugar donde el tiempo parecía detenerse para mí y fue ahí donde la inspiración llenaba las hojas de canciones. Las mañanas comenzaban con el sol asomándose entre los grandes edificios, mientras las aves llenaban el aire con sus cantos. En medio de este entorno, mi adolescencia transcurría en un hogar modesto pero lleno de amor. Sin embargo, la vida no siempre era fácil para mí.

    Pero entrando en contexto, mientras vivía en otro país y a una edad temprana, descubrí que no encajaba con los demás niños. Mientras ellos disfrutaban de juegos ruidosos y actividades al aire libre, yo prefería los libros y los momentos de reflexión solitaria. Esto me convirtió en el blanco de burlas y acoso escolar. Mis compañeros de clase, ajenos al daño que causaban, se deleitaban en hacerme sentir inferior. Volvía a casa con el corazón pesado y el alma herida, preguntándome por qué me sentía tan solo y rechazado.

    Recuerdo un día en particular, cuando tenía alrededor de doce o trece años, más o menos. Había sido un día especialmente difícil en la escuela. Los insultos y las risas malintencionadas de mis compañeros resonaban en mi mente mientras caminaba lentamente de regreso a casa. Las lágrimas brotaban de mis ojos, y una sensación de desesperanza me envolvía. Sentía como si estuviera atrapado en una oscuridad sin fin, sin una salida visible.

    Al llegar a casa, encontré a mi tía esperándome en el fuera de casa. Ella era una mujer de fe profunda, con una sabiduría que solo los años pueden otorgar. Al verme, su expresión se llenó de preocupación. Sin decir una palabra, me abrazó con fuerza y me condujo al interior. Nos sentamos en la sala, y ella, con su voz suave y reconfortante, me preguntó qué había sucedido. Entre sollozos, le conté todo, desde las burlas hasta la soledad abrumadora que sentía.

     Mi tía, con una calma impresionante, me escuchó pacientemente. Cuando terminé, me entregó una pequeña Biblia. "Cuando te sientas solo o triste, busca consuelo en estas páginas", me dijo, abriendo el libro en el Salmo 18. Con sus manos semi arrugadas pero firmes, señaló los primeros versículos: "Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio."

    Esa noche, mientras el mundo dormía, me arrodillé junto a mi cama con la Biblia abierta en el Salmo 18. Comencé a leer en voz baja, casi susurrando, dejando que cada palabra se impregnara en mi corazón. Sentí una paz inexplicable, una presencia reconfortante que envolvía mi ser. Era como si una luz suave y cálida hubiera penetrado la oscuridad que me rodeaba, ofreciéndome refugio y esperanza.

     "En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos." Estas palabras resonaron en mi mente y mi corazón. Decidí, a partir de ese momento, que no permitiría que las palabras crueles de mis compañeros definieran mi valor. Empecé a encontrar en Dios la fortaleza que necesitaba para enfrentar cada día.

    Los días siguientes, aunque seguían siendo difíciles, ya no me sentía solo. Cada vez que las burlas se volvían insoportables, recordaba las palabras del Salmo 18 y encontraba consuelo en la oración. Mi tía me enseñó a hablar con Dios de manera sencilla y sincera, compartiendo con Él mis miedos, mis tristezas y mis anhelos. Poco a poco, mi confianza en Dios creció, y con ella, una nueva fuerza interior.

    Aprendí a ver a mis compañeros, no como enemigos, sino como niños que también podrían estar lidiando con sus propios miedos e inseguridades. Mi tía solía decirme: "El amor de Dios nos capacita para amar a los demás, incluso a aquellos que nos hacen daño." Estas palabras se convirtieron en una guía para mi vida.

    La fe que desarrollé en esos años de soledad y acoso me acompañó a lo largo de mi adolescencia y más allá. A medida que crecía, me enfrenté a nuevos desafíos, pero siempre volví al Salmo 18 en busca de consuelo y fortaleza. "El camino de Dios es perfecto; la palabra de Jehová es acrisolada; escudo es a todos los que en él esperan." Esta promesa me dio la certeza de que, sin importar las circunstancias, Dios estaba conmigo, guiándome y protegiéndome.

    En la secundaria, me uní a un grupo de jóvenes en la iglesia, donde encontré amigos que compartían mi fe y valores. Uno de los momentos más memorables de mi adolescencia ocurrió durante un retiro espiritual con mi grupo de jóvenes, algo que siempre llamamos campamento. Estábamos rodeados por la belleza de la naturaleza. Una noche, mientras contemplábamos las estrellas, sentí una profunda conexión con Dios. Recordé las palabras del Salmo 18: "Me sacó a lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí." Entendí entonces que Dios no solo me había librado de la soledad y el acoso, sino que también me había conducido a un lugar de paz y propósito.

    Esa noche, oré con gratitud, agradeciendo a Dios por su amor y fidelidad. Me di cuenta de que todas las pruebas que había enfrentado me habían preparado para ayudar a otros, para ser una luz en la oscuridad. Mi fe se convirtió en la roca sobre la cual construí mi vida, y el Salmo 18 en un recordatorio constante de la fortaleza y el refugio que encontraba en Dios.

    Al graduarme de la secundaria, viaje a los Estados Unidos a reunirme con mi familia, ahí me propuse estudiar teología, y asistía a una Iglesia que ayudaba mucho a los necesitados y pude combinar ambas cosas para ayudar a jóvenes que, como yo, enfrentaban soledad y acoso. Mi objetivo era ofrecerles el mismo consuelo y guía que había encontrado en Dios y en el Salmo 18. Quería ser una fuente de esperanza y fortaleza para aquellos que se sentían perdidos y sin valor.

    Hoy, comparto mi historia con jóvenes que luchan con la soledad y el acoso. Les hablo del Salmo 18 y de cómo Dios me sacó de la oscuridad y me llevó a un lugar de luz. Les enseño que no están solos, que siempre hay esperanza, y que Dios es un refugio inquebrantable en medio de las tormentas de la vida.

    En cada conversación, siento la presencia de Dios, guiándome y dándome las palabras adecuadas. Mi vida ha sido un testimonio de la verdad del Salmo 18: "Jehová vive, y bendita sea mi roca, y enaltecido sea el Dios de mi salvación." A través de mi propia experiencia de soledad y redención, he aprendido que el amor de Dios es inagotable y que su fortaleza está siempre al alcance de aquellos que la buscan con fe.

    Mi historia de encontrar a Dios en medio de la soledad y el acoso es una prueba del poder transformador de la fe. El Salmo 18 no solo me proporcionó consuelo y fortaleza en mis momentos más oscuros, sino que también me ayudó a descubrir mi propósito y a convertir el dolor en una fuente de esperanza para otros. Mi vida, guiada por la promesa de este salmo, es un testimonio viviente de que, en Dios, siempre podemos encontrar refugio y redención."

    Espero que mi historia les haya inspirado y tocado sus corazones. Los invito a sentirse libres de comentar sus pensamientos y experiencias, y a compartir este contenido con quienes puedan necesitar un mensaje de esperanza y fortaleza. Sus comentarios y participación son bienvenidos y valorados.

    Adrian Cepeda

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