...
Cuando sobra el mundo.
Kati Uska era casi rusa, solo le faltaba serlo. Pero lo parecía tanto...
Rubia natural y con la naturalidad de las rubias que no se jactan de su involuntario color de pelo ¿dónde el mérito en eso?
Alta y delgada, aunque su madre, según me dijo una vez, era más parecida a un botijo que a una jirafa. De su padre heredó la distancia de su cabeza al suelo. El hombre había sido jugador de baloncesto y recolector de nueces.
Kati apareció en mi vida un día sin sol. En diciembre a punto de entrar el invierno, aunque aquel año se había adelantado al calendario y ya llevaba dando ejemplo un par de semanas.
-Vengo a hacerte el relevo.
Yo era farero y llevaba cinco años en Peggys Point, solo.
Quizás fue duro tras la primera temporada que nadie llegara para darme vacaciones, pero luego ya no. Me acostumbré a aquella soledad hermosa e iluminadora y, en realidad, no quería que apareciera nadie.
Pero es que Kati...
Me dijo que la enviaban para nueve meses y que yo tenía todo ese tiempo libre. Luego habría de incorporarme de nuevo y ella se marcharía.
Nada de eso.
Yo no me fui y ella se quedó y aquí seguimos.
Veinte años después.
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