De la A a la Z.
Oct 16, 2024
El valor de la cobardía.
Oto Mano se aventuró al infierno cual mosca que durante la siesta se empeña en recorrer nuestra cara. Jugándose la existencia.
Oto había nacido sin miedo, como aquel Juan, pero Oto no quería conocerlo.
Su vida fue ir de peligro en peligro para aprovechar esa desventaja evolutiva. El miedo nos salva, sí, pero nos limita. Nos cohíbe.
Escaló ochomiles y se sumergió a lo profundo del mar y de la tierra. Fue mercenario en setenta guerras. Nunca le faltó, en eso, faena. Se casó catorce veces. Viajó una vez de Soria a Auvers-Sur-Oise con tres cuñados en el mismo coche. Cocinó un pez globo y se lo comió. Escuchó todas las grabaciones de los discursos de Fidel Castro en una sola sesión (salió vivo de milagro, pero muy perjudicado); tras eso tenía pensado enfrentarse a todo lo dicho y escrito por José María Aznar, pero, aconsejado por gente que le quería, decidió vivir un año en un iglú al norte de Longyearbyen. Quizás eso le salvó la vida.
En sus ochenta y nueve años de existencia tuvo tiempo de sobra para casi todo. Recorrió los barrios más peligrosos de Chicago, Nueva Delhi y Arrancacepas. Lideró una revolución hedonista en la isla de Pascua. Se puso tetas.
Una vez comulgó sin haber confesado y en otra ocasión se fugó de la libertad y logró entrar en una cárcel.
Oto no supo lo que era el miedo, pero sí el dolor, la tristeza, la soledad, el hambre, la enfermedad, la ruina económica y moral...
Al final de sus días, deseando que llegara la muerte y lo librara de la vida, su sentir era el de haber sido un completo desastre. Cada día, cada hora, se decía:
"Ojalá hubiera sido un cobarde."
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