De la A a la Z.

Probando a vivir.

Jofa Ina.

¿Hombre o mujer? U otra identidad.

Surgió como aquel espía, del frío y del misterio.

Se sabe que venía de algún lugar al norte del norte. Y no traía abrigo.

Ambiguo ser.

Nunca explicó nada de su pasado ni hacía planes para ningún futuro. Jofa era instante. Un ahora contínuo.

Sirvió copas durante todas las noches de todos los días de todos los años que estuvo en el antro que se montó con lo que traía en sus bolsillos y en el falso fondo de una vieja maleta: La otra vida, llamó a aquel sitio.

Era un lugar tranquilo. Las broncas que hubo en un principio las cortó con tal energía que jamás volvieron a repetirse. Era fuerte, Jofa, muy fuerte. En todos los sentidos.

Había decorado el lugar con imágenes de santos y vírgenes. Retales de viejo encontrados en almacenes de segunda y tercera mano.

Nunca fue su intención hacer una iglesia, pero dio con la talla de escayola de una Santa Águeda exponiendo sus pechos en una bandeja y ese fue el principio de todo. Luego un San Agustín de Hipona con un corazón ardiente atravesado de flechas. Bartolomé apóstol despellejado... y así hasta las veintisiete imágenes de esas extrañas y cruentas devociones.

Velas, confesionarios, reliquias, exvotos ofrecidos por algunos clientes agradecidos y hasta un sagrario en el que guardaba, como un tesoro, una botella de vodka Kors Gold.

Una amiga de Jofa, Sibil Blavatsky, tenía reservado un rincón donde leía el futuro de quien se animaba a consultarla.

Música de Chaikovski, Borodin, Stravinski, Korsakov, Glinka, Rachmaninov... y algo de gregoriano.

Siempre, eso sí, despedía las noches con el Bolero de Ravel. Toda la clientela sabía que en cuanto comenzaba a sonar el repiqueteo de la caja, quedaban dieciséis minutos para acabar la copa, pagar y largarse.

Jofa se largó el otoño pasado. Me regaló su templo.

Cuida de los feligreses, me dijo:

-Hay más vidas. Me voy a buscarlas.