De la A a la Z.
Oct 21, 2024
Dar la nota.
Sui Cida, ganó su primer millón a los trece años.
Niña prodigio dijeron que era.
No había ido todavía al jardín de infancia (me hace gracia el nombre de esas prisiones) y ya tocaba el piano con fluidez.
Ver a su padre a las teclas fue incentivo suficiente para que ella se diera a ese juego, afición luego, trabajo después y martirio al final.
Sui fue creciendo sin ser consciente de sí misma. Todo era ensayo y conciertos, viajes, entrevistas, reportajes, grabaciones... hoteles y aviones.
Tuvo suerte con Silvi Do, su profesora particular para todo lo que no era la música. Hasta ese primer millón.
Silvi quiso alertar a Sui: "Ten cuidado. Quizás llegues a ser la mejor con el piano, pero te puedes perder el resto de la vida."
Los padres de Sui la despidieron en cuanto supieron de esas opiniones. El dinero da la felicidad a unos quitándosela a otros.
Sería demasiado largo relatar aquí el enorme éxito que Sui tuvo en su carrera como concertista de piano. Más difícil todavía enumerar la cantidad de carencias afectivas y de experiencias que sufrió a lo largo de aquellos triunfales años.
Al cumplir los veinticinco Sui se divorció de sus padres. Fue una dura e ingrata pelea en los tribunales. Derechos y obligaciones se lanzaban de un lado a otro como armamento pesado y letal.
El dinero suele acarrear ese tipo de derivadas.
Cinco años después se estrenaba la sinfonía: ¡Tanta tecla, tanta tecla!
Rompiendo todos los esquemas, Sui presentó al mundo una obra ecléctica y rubicunda. Donosa y trashumante. Cíclica y pulcra, con un evidente cinismo sincrónico que evocaba la prístina lucidez del desbocado auto control insumiso.
Y duraba noventa y nueve minutos.
Hizo una gira por Zaragoza, Huesca y Teruel para reponerse del devastador pleito con sus padres y luego la regaló al mundo:
"No me importa lo que el mundo haga con ella."
Y jamás volvió a tocar una nota.
"El virtuosismo es una obsesión perniciosa que no merece la pena, pues nunca se llega a la perfección."
Y no, Sui Cida, no se quitó la vida. Buscó a su profesora de la infancia, Silvi Do, y con ella hizo el resto de su vida.
Fue feliz a ratos, y lo demás, desde el abandono y el reencuentro, no estuvo mal.
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