De estas prisiones cargado.

Bailar durmiendo.

Soñar es poético, es esperanzador, es, para la lírica y la vida, algo intrínsecamente bueno. En principio. Pero hay sueños que es mejor que no se cumplan. Sueños que despiertan pesadillas en los demás. Realidades de hambre, de dolor, de muerte.

Son los sueños de quienes ansían un mundo tallado a la medida de su ambición y su egoísmo insano y despreciable. Sueños de fronteras insalvables, de himnos coreados con el brazo alzado, de banderas enemigas de otras banderas, de patrias que se alzan sobre huesos ajenos.

Son los sueños de los Aznares; sueños con rictus de suficiencia. Sueños de imperios que ya murieron, de banderas que cubran la sangre como si fuera polvo bajo la alfombra. Sueños de Abascales, donde el mar devuelve pateras vacías y las calles retumban con botas marchando al unísono. Sueños de Trumpistas bailando en un carnaval grotesco de muros infinitos y verdades que se doblegan ante su sucia lengua.

Si supiera rogar al cielo lo haría para que no se cumplan esos sueños. Para que no se alce su aurora sobre nuestras noches. Para que las voces de quienes imaginan esos deseos, no se materialicen en leyes, en decretos, en discursos que embauquen, engañen a los Pueblos. Porque si suceden, si se hacen materia, si logran tomar forma, cada día será un día menos de dignidad, cada respiro una concesión asfixiante, cada vida un peaje que no podrá pagarse.

Que sigan soñando, si quieren, como sueña el torero la muerte gloriosa en el ruedo, pero que sueñen solos, que nadie les ría sus desgracias.

Y es que algunos sueños, por el bien de todos y de todo, es mejor que nunca crucen el umbral de la vigilia.

Tutú y Morfeo, no os durmáis.