mobile isologo
    buscar...

    De echar lámina en un café.

    Jun 20, 2025

    62
    De echar lámina en un café.
    Empieza a escribir gratis en quaderno

    Están los dos sentados en un café, de esos que, además del cafecito, tienen roles de canela muy ricos. Curtis Harding de fondo. Uno vive en la ciudad, donde el tiempo se vuelve smog entre semáforos; el otro, en una provincia, tierra de esmeraldas y fieras.

    Esta vez, no hay tiempo medido en datos, sino atravesado por el aroma a pan horneado. Tiempo extendido entre dos respiraciones, entre estómago y desayuno. Y no solo para ponerse al día, sino para hablar de lo suyo.

    —¿Y el doctorado? —pregunta uno.

    —No sé wey —responde el otro—. La neta, a veces siento que ya ni tiene sentido. Pinches Ivy Leagues ya no son garantía de nada. Se siente como meterte a la rueda de hámster perseguido por y para la deuda, burnout y un título que no sé qué tanto trasforme. Pura fábrica de papers... me cansa la producción por producción.

    —Ya no sabemos no saber —dice el otro—. Corremos a explicarlo todo, a justificarlo, como si no aceptar el vacío fuera un defecto.

    —Y pues ya ni se puede vivir a gusto en la ciudad —dice uno, cortando un pedazo de rollo—. Está llena de montachoques. Se te amontonan motociclistas y lo que quieren es bajarte una lana. Efectivo y facilito.

    —¡Qué chinga! —responde el otro—. Todo mundo queriendo que las cosas se arreglen con ñeradas, huevones.

    —Y espérate. El otro día me robaron los faros de mi coche. Así, literal. Se paró otro carro junto al mío, se bajó el copiloto, y en dos segundos, ya le habían quitado la defensa y arrancado los faros. Me dejaron sin defensa… y sin faros.

    El otro se queda callado un rato. Luego se ríe bajito, como recordando algo que le dio coraje, pero también lo dejó pensando.

    —Pero también acá en el pueblo… justo me pasó. Iba manejando por el eje y un carro empezó a cerrarse. Una, otra, otra vez. Y yo frenando de golpe, bien encabronado, pensando: “¡Este idiota! ¿Qué le pasa? ¡Pinche pendejo!”. Hasta que pensé… ¿Y si no? ¿Y si el pendejo soy yo, y este cabrón es un vivillo montachoques?

    —¡Ándale! —dice el otro—. Te montan la escena, tú entras sin saber y terminas pagando todo el desmadre.

    —Y es que así me sentí… estafado, vacío.

    Se suspendieron pensando, pero sin decir. El vacío no es solo carencia. El riesgo de estar vivo, salir, es correr el riesgo de perder el faro y la defensa —lo que guía y eso que protege—. Puede abrir una grieta por donde entra lo vivo. Porque el síntoma no es un error, sino una forma de insistir en decir “¡Estoy Vivo!”.

    Montarchoques, nos sirve pensar sobre echar lámina, no para hacer cosas malas o abusivas, sino para insistir neciamente en encontrarse. Poner el cuerpo y la palabra para hacerse un lugar humano entre todo esto que parece diseñado para desarmarnos. Y que, por más avanzada que esté la IA… no hay algoritmo que entienda un sueño como el psicoanalista.

    Se quedan mirando un rato. El café ya se enfriaba, pero hay algo que se calienta por dentro: la certeza de que, aunque todo empuje para otro lado, todavía hay quienes quieren decir.

    Suspensión

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión