Hacer un duelo no es tan simple como llorar por la ausencia de alguien al irse de este plano.
Hacer un duelo es que hayan pasado 3 meses de dicha ausencia, estar riéndote con tus amigos y saber que ese chiste hubiese hecho sonar el eco de la risa de quien amas y no está por todo el lugar.
Hacer un duelo es estar duchandote y acordarte el libro que te recomendó y nunca leíste, hasta después, en el momento justo.
Hacer un duelo es ver un lugar por primera vez y sentir su presencia en todos lados.
Hacer un duelo es sentir que el recuerdo de su voz se desprende de tu memoria y no podes hacer nada para evitarlo y el dolor que eso trae.
Hacer un duelo es saber que nadie va a reemplazar todo lo que trajo esa persona a tu vida, porque nadie es reemplazable.
Se que hay ausencias que me dolerán toda la vida.
Viajes a la playa que nunca hicimos.
Canciones de los Beatles que no puedo volver a escuchar jamás.
Tardes como esta, en septiembre, con la luz de afuera tan preciosa y el regreso del ansiado calor, en las que deseo un mate compartido, una risa que brote de tu alma, un chiste sin sentido. Una tarde donde está todo bien, deseando que estés bien.
Y es que si algo aprendí de la muerte, de sus ausencias, es a vivir la vida con mayor determinación.
Saber que cada día es regalado, que me enorgullezco de la gente que me rodea, saber valorar mi propia vida, la de quienes amo, saber valorar el hoy.
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