De los surcos de mi cuerpo, inerte sobre las olas, recorre la música un andar,
Un andar de penitencia, que agudiza y que fallece, danzando en un recoveco, impaciente por ya no estar.
¿Y qué es del eco de una marea que se estrella contra mis huesos? Si los cantos de las sirenas se quedan en el mar
O de los arroyos y de los setos que guardan secretos sonoros que ni los vientos tormentosos han sabido callar.
Hay una cruz muy grande que muere en el pico de un pájaro, permanencia escrita que aprendieron a silbar,
Y hay centellas de luz absorbente que se comen la oscuridad e iluminan el silencio que poco a poco se vuelve cristal
Transparencia de duelo, fonemas de crudeza, no hay certeza de que haya un cielo, de que mi canto persiga grandeza,
Más hay un fin que te destroza, un lamento que aclama pureza, un vil destello en la penumbra de un cuerpo que vive hecho piezas;
He de buscar una roca, un ala, el ineludible calor, he de querer perderme si así he de esquivar el dolor y mientras suena la gota que cae, deja que muera de amor.
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