"De aquí viva no sales" es lo que me repite mi cabeza todos los putos días, desde que me despierto hasta que me acuesto. Es un instinto irracional, algo que me quema en las entrañas.
No logro verme en el futuro, ni siquiera al día siguiente.
Siento una mezcla de emociones porque, después de tanta plata invertida en terapia, no esperaba caer tan bajo, y mucho menos tan rápido. Toda esa esperanza que alguna vez tuve parece haberse esfumado.
No sé vivir con la anestesia y sin ese miedo constante de que todo se va a acabar. La estabilidad, la espontaneidad, la ligereza… son conceptos que no entiendo. Solo logro darle voz a mi ser a través de frustraciones diarias. Me incomodan profundamente los llamados "seres de luz" porque sé que no soy ni seré uno de ellos.
Me atraviesa una tristeza invalidante, opresiva, un sinsentido que me agarra de los pelos y me arrastra hasta el fondo, hasta aquí abajo, junto a Lucifer, al hijo de Venus, al bastardo de Dios que vive bajo tierra, al "portador de luz".
En este infierno me reconozco: en carne y hueso, manchada de sangre y barro, con las pupilas dilatadas, pero alerta.
Es entre las llamas que finalmente me siento, me entiendo, me veo.
Quizás la vida sea este infierno aterrador y el paraíso, esa paz que tanto anhelo, no exista. Tal vez la clave para estar mejor esté en aprender a lidiar con mi diablo interior.
A pesar de la desesperación que hay en estas cartas, creo que estoy cerca de un punto de inflexión. Por algo busco encontrarle un sentido a todo esto. Por algo no me rindo y quiero salir.
Abrazar a la oscuridad no significa derrota; quizás, incluso aquí, estoy encontrándome a mí misma.
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