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De algún pueblo

Jul 30, 2024

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El viejo insistió con la lluvia. Preguntó en un comercio, después a unos chicos en una plaza y hasta a los perros.

La luz del sol había salido, todo el pueblo cantaba y festejaba el día. Las conversaciones no trataban de otra cosa y el calor era cómodo, como un día de luz en medio del invierno.

El viejo caminaba pidiendo silencio. Quería escuchar el sonido de la lluvia caer contra las ventanas. A su alrededor, el día de verano no devolvía otra música que el cantar de los pájaros y los chicos jugando.

La gente pensó que estaba loco. El hombre pensó que ellos hablaban en otro idioma.

  • Déjenme escuchar. Soy un viejo.

Pasó veinte días preguntándose por la naturaleza del clima. Estudió pocos libros sobre lluvia y ciclos estacionales. La sentía como un fenómeno ancestral, que recorría todos los tiempos del ser humano: la lluvia goteando como un eco en una cueva, la lluvia en un día célebre y en el funeral de un príncipe.

La policía se cansaba de recibir sus denuncias sin sentido. Decía haber perdido algo. Miraba como mira una persona a la que el tiempo le borró la memoria. Terminó por imitar el sonido de una llovizna suave. No habló más. Se paseaba por los negocios, esperaba a los chicos en la salida del colegio. Abría los ojos muy grandes, preguntando por algo que nadie podía responder.

Pasó mucho tiempo. El correo dejó de pasar por su casa. Los chicos le tiraban cáscaras. Sus padres lo escupían. Pero siguió preguntando, impávido, en el tono de quien habla para su propia conciencia.

  • ¿En qué momento llega?

Estaba convencido de que algo sucedía a su alrededor y no podía sentirlo. Se perdió.

Decidieron enviarlo en el tren hasta la última estación. Tardó seis horas. El sol cada vez era más fuerte y quemaba la piel. Se guardó en silencio, dormitó, soñó con la forma de una gota de lluvia en una ventana justo antes de desaparecer para siempre.

Nadie supo nada nunca. El boleto permaneció al costado del asiento, junto con un abrigo muy liviano. El tren paró hasta el día siguiente. Si uno miraba el horizonte, parecía que los pájaros volaban desde muy lejos por el reflejo de la resolana en la vista. Pero todo estaba muy cerca. El recuerdo del viejo había terminado por tomar toda su figura; el sol era cada vez más fuerte y los campos empezaban a secarse.

Desapareció para siempre. Nunca más volvió a llover.

Joaquín Serio

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