Me llaman así.
La dama de noche.
Un nombre hermoso para una flor
que nunca eligió su condena.
Yo…
quise ser más.
Más que perfume escondido en la madrugada,
más que un suspiro en penumbra.
Me forcé a girar hacia tu luz,
aunque mis raíces supieran
que la claridad me quemaría.
Me dolió el tallo aprendiendo el lenguaje del día,
me dolió el alma intentando abrazar tu fuego.
Pero tú…
tú siempre fuiste del sol.
De los pétalos que viven ardiendo,
de las flores que giran su cuello
siguiendo al calor como si fuera un dios.
Yo no.
Yo nací para la sombra,
para las horas que beben silencio,
para un aroma que se siente
solo cuando el mundo duerme.
Aun así me enamoré.
Con la ingenuidad de quien cree
que la luz no destruye lo que abraza.
Me enamoré de tu calor,
de tu voz como un verano eterno,
de tus manos capaces de derretir mi noche.
Pensé que bastaría florecer para ti
aunque nunca me vieras.
No lo fue.
Mis pétalos no te llamaron.
Mis raíces no te sostuvieron.
Y un día —ni siquiera recuerdo el color del cielo—
me dijiste que te aburrí.
Así.
Frío.
Corto.
Final.
Desde entonces florezco para nadie.
Para faroles que no saben pronunciar mi nombre.
Para una luna que me abraza
y me arranca de a poco lo que queda de ti.
Soy un jardín que se desangra en perfume,
belleza inútil para quien ama el día.
Me llaman dama de noche.
Pero en tu boca…
solo fui la flor que te aburrió.

Aleinad
Soy una escritora en formación, una buscadora de palabras que intentan decir lo que a veces la voz calla. Descubrí en la escritura un refugio.
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