Tenías todo.
Una sonrisa prolija, el peinado exacto,
padres que se querían lo justo,
una bici y las rodillas limpias.
Yo tenía la rabia,
una madre ausente que olía a Clonazepam,
una colección de culpas que aprendí a esconder
debajo del pupitre.
Fingí no verte, años después,
en ese bar que venden como “cheto”.
Vos con tu sueldo de marketing,
yo con mi hígado vencido y mis poemas que nadie quiere editar.
Tenías el aura perfecta
de las que nunca se cortaron con vidrio.
Yo ya me había tatuado la derrota en los nudillos
y no lo sabía.
Me acuerdo bien.
Jugabas al hockey, besabas a los chicos,
y después te limpiabas con comentarios de mierda.
Yo era el raro,
el que olía a humo y a flujo ajeno,
el que escribía cartas sin remitente,
el que se quedaba dormido en la capilla del colegio
porque no creía ni en Dios ni en el recreo.
Ahora vivís en country privado.
Tenés una hija que lleva tu nombre,
un esposo que se maquilla para ocultar el tedio
y un perro con pedigree.
Yo tengo sífilis, ansiedad crónica y un historial penal.
Pero también tengo las noches.
Las putas con las que hablo de Pizarnik,
la cocaína que me canta canciones de cuna,
y el odio, ese perfume
que me hace sentir vivo.
A vos te bendijo el algoritmo,
a mí me escupió la historia.
Pero no importa.
Yo sé lo que se siente arder sin quemarse,
llorar sin ojos,
amar sin futuro.
Yo lo viví.
Y vos… vos tenés todo.
Pero jamás vas a escribir esto.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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