La culpa llega cuando todo está quieto.
No golpea, no saluda.
Simplemente entra, se acomoda en el pecho,
y empieza a hablar.
Te repite lo que hiciste mal,
una y otra vez,
hasta que ya no sabés si el error fue tan grande
o si es ella la que agranda todo.
A veces tiene razón.
A veces no.
Pero siempre duele igual.
He pedido perdón mil veces, incluso sin haber fallado.
He llorado por heridas que no me correspondían.
He creído que si sufría lo suficiente,
el daño se deshacía.
Pero aprendí, con el tiempo,
que la culpa no siempre es justicia.
A veces es solo miedo.
Miedo a no ser amado,
a decepcionar,
a perder.
Hoy me miro con más compasión.
Sé que puedo equivocarme y aún así merecer ternura.
Que hacerse cargo no es crucificarse.
Y que está bien pedir perdón.
Pero también está bien soltar el látigo.

Onírico
Soy el lector omnisciente que teje historias en la penumbra de los sueños, donde todo se revela sin palabras, solo en miradas y silencios.
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