Hermoso ángel,
cruel y devastador, tocaste mi corazón,
lo estrujaste entre tus manos
hasta dejarlo inservible, incapaz de seguir bombeando sangre.
Siento el cuerpo eternamente palpitante,
como si un escalofrío helara cada molécula de lo que queda de mí.
Tengo el alma inundada de tu desamor,
el cuerpo en carne viva, putrefacto,
sin saber cómo volver a sentirse digno sin la presencia de tu tacto.
En silencio, me reprocha la derrota,
de no tener siquiera un ápice de algo que te conmueva,
algo que te haga querer quedarte.
Me gustaría ser alguien que te enterneciera,
que te hiciera querer cambiar esta sentencia agonizante
de ya no elegirme, de ya no querer mirarme.
Quisiera volver a ser quien toca tu corazón y
que vieras cómo el mío aún te pertenece.
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