Es irracional pensar en la muerte. La muerte de un ser querido, tal figura y un cuchillo enterrado en su pecho, o el agua retenida en sus pulmones. Pensar en sus ojos abiertos, alimento de los carroñeros, y en su expresión desacertada, como un viejo maniquí. Pensar en su corazón deteniéndose, el sentimiento de perder el oxígeno de sus venas, de su cerebro.
La tierra envuelve el cadáver frío de hipotermia, de la que no mata a nadie que ya esté muerto. Es irracional el correr ese cuerpo vertebrado completamente cubierto de invertebrados hacia una sala de presentes, de humanos que inhalan y exhalan el aire de la descomposición lenta pero segura, inundados de un sentimiento de angustia.
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