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CUENTO INFANTIL: SUERTUDO

Jul 13, 2025

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CUENTO INFANTIL: SUERTUDO
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Mi nombre en realidad es… bueno, ya ni lo recuerdo. Todos en la escuela y en el barrio me llaman “Suertudo”, pero no es por lo que piensan. Me llaman así porque todo me sale mal. Siempre llego tarde porque mi alarma no suena. Cuando intento abrir una bolsa de papas, siempre se rompe. Si toco cualquier cosa, se descompone. Si camino por la calle, un auto me moja con agua justo cuando empiezo el día. Todo lo que hago es un desastre.

Hoy, para colmo, tengo una exposición y, como siempre, me ha salido un grano enorme en la nariz. A mis 12 años, debería ser normal, pero siempre me pasa cuando tengo que hablar en público. Ya me cansé de todo esto. Pensé en huir al bosque, donde nadie me vería ni se burlaría. El bus escolar pasó de largo, y ahí supe que era mi momento.

Salté la cerca del parque con agilidad, pero mis zapatos se engancharon en un clavo y caí de cara al suelo. Mi nariz comenzó a sangrar, y, aunque me dolía, no lloraba por eso. Lloraba por la rabia de que siempre me saliera todo mal.

Caminé sin rumbo por el bosque, buscando refugio. Encontré un árbol frondoso con hojas grandes. Traté de detener el sangrado con una de sus hojas, pero no conseguía nada. En eso, el cielo se oscureció y una tormenta comenzó a caer. Fue entonces cuando grité al cielo:

—¡Quisiera que dejaran de sucederme cosas malas, por una vez!

Para mi sorpresa, las nubes comenzaron a dispersarse y, en su lugar, apareció un arcoíris brillante. Decidí seguirlo, curioso, hasta que llegué a un pequeño río. Pero en ese momento, escuché disparos. Me asusté y corrí hacia el río, pensando en esconderme.

Mientras corría, algo pequeño pasó corriendo entre mis piernas, haciéndome tropezar. Me caí y, al mirar hacia arriba, vi a un hombrecito diminuto con cara arrugada y un sombrero verde. Tenía el aspecto de un duende.

—No grites, por favor —dijo en un susurro.

Yo apenas podía creer lo que veía.

—¿Tú eres… un duende?

—Sí, y necesito tu ayuda. Unos cazadores me están buscando. El arcoíris me delató.

No sabía qué hacer, pero los gritos de los cazadores se acercaban rápidamente.

—¡Por favor, ayúdame! —imploró el duende.

Rápidamente, lo tomé en mis manos y lo escondí bajo mi casaca. Los cazadores llegaron, pero yo me quedé sentado cantando una canción infantil para distraerlos.

—¿Has visto a un animal raro? —preguntó uno de los cazadores.

—Sí, vi a un zorro pequeño —respondí, tratando de mantener la calma.

Después de un momento de conversación, los cazadores se fueron, y el duende apareció de nuevo, agradeciéndome por ayudarlo.

—No cuentes a nadie lo que pasó. Prefiero ser una leyenda.

—¿Por qué? —le pregunté.

—Porque, para algunos, tú y yo somos invisibles. Pero yo puedo ayudarte a cambiar eso.

Fue entonces que el duende me reveló algo sorprendente: Él era un “administrador de la suerte”.

—Desde hoy, tu suerte cambiará. ¿Estás listo para dejar de ser el Suertudo de mala suerte?

Con solo decir esas palabras, el duende empezó a recitar un hechizo. El viento comenzó a soplar con fuerza y, cuando terminó, sentí que algo en mí había cambiado. Las burlas, los accidentes y los problemas desaparecieron de un golpe. Finalmente, dejé de ser el Suertudo.

Al principio, pensé que mi vida era perfecta. Pero pronto me di cuenta de que todo lo que había desaparecido, también había llevado consigo a las personas que más quería. Mis padres, mis amigos… todos habían desaparecido. Me sentí más solo que nunca.

Corrí al bosque, buscando al duende para pedirle que deshiciera el hechizo. Al llegar al río, lo encontré, y le pedí perdón.

—No existe la mala suerte —me dijo con una sonrisa—. Solo existen las circunstancias de la vida, y todo tiene un propósito. Aprende a enfrentarlas, y verás que todo se vuelve más fácil.

Con esas palabras, el duende recitó un nuevo hechizo, y todo volvió a la normalidad. Mis padres estaban ahí, aunque parecían molestos por mi comportamiento. Los abracé y les pedí perdón por no haber cumplido con mis responsabilidades.

Desde ese día, aprendí que no existe tal cosa como la mala suerte. Solo son situaciones que nos ayudan a crecer y a aprender. Y ahora, con el poder de mi mente, me esfuerzo para hacer que cada día sea un buen día, sin importar los problemas que se presenten.

Hoy, ya no soy el Suertudo de antes. Ahora soy un niño que enfrenta la vida con valentía y una sonrisa.

Alexander Verano

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