El teléfono sonó; la incertidumbre que hace siempre de la espera, un estado insoportable. La tensión se hizo aún más evidente cuando apareció mi viejo. Él entró, se miró con mamá y bastó un gesto para que ella se desarme en gritos, llanto, dolor. Me estremecí. Se fueron y me tapé en bloqueos y negación. Todos los días que le siguieron a ese, desperté esperando que me digan que no era verdad. Que se rían en mi cara, que se burlen por haberme hecho el chiste menos gracioso del mundo y haber caído como una tonta. Cruzaba los dedos y pedía por favor que sólo por esa vez, el Día de los Inocentes sea en mayo. Pero no. Ni las cosas ni los olores ni los lugares daban tregua, todo me llevaba a vos. Ya no sabía cómo estar despierta, iba a tener que hacerme cargo y no podía con todo eso. Ya no alcanzaba con lo que yo sentía sino que también tenía que manejarme con una realidad que constantemente me iba a mostrar cuán tajante es la muerte. Me decidí entonces a dormir cuanto se pudiera dormir y más. Hete aquí que el tema con abusar de la evasión es que un día cualquiera, quizá mientras estás rompiendo un huevo, acariciando un hámster, cortándote las uñas o cualquier otra actividad irrelevante; todo lo que trataste de hacer que no pase, se da vuelta y te cachetea con una fuerza que da miedo. Dormir para olvidar sólo hace que el golpe que te trae devuelta sea, con cada abrir de ojos, más duro.
Cuando pienso en esos tiempos, la primer palabra que se me viene a la cabeza es “sobrevivir”. Qué concepto más triste. Al menos cuando se sufre, uno se siente vivo. Sobrevivir es llevar a cuestas un dolor que no consigue materializarse, que no conoce ni de palabras ni de acción. Un dolor que nos anestesia hasta deshumanizarnos mientras nos arrastramos, en forma absurda, a lo largo del calendario. Ya no sabía cómo hacer propio todo el dolor que sentía, no me entraba en el cuerpo, no lo soportaba. No quería que nadie hable en pasado de vos, que nadie te llore, que no nombren una muerte con la que no podía lidiar. Te buscaba en el ruido de las llaves que abrían la puerta, en la voz del otro lado del teléfono, en los mediodías. Tu auto estacionado donde lo dejaste, tus cosas que te esperaban.
“Diez años” dijo mi vieja el otro día y a veces parece que no pasó ni un día de esa tarde de mayo. Qué lento transcurre el tiempo cuando duele y que igual es el llanto desde ese entonces. Cuántos días me acosté y levanté extrañándote, deseando que sea mentira. Cuánto me gustaría que vuelvas aunque sea por unos minutos y abrazarte así, como sólo se abraza cuando se sabe que no se va a volver a abrazar. Correr hacia vos, como hacía cuando era chiquita, y quedarme entre tus brazos. Sentir tu olor, mirar de cerca las arruguitas de tu cara, los rulos blancos que la rodean. Usar tu cuerpo como almohada, acostarme sobre vos y escuchar latir el corazón como antes. Reírnos juntos, jugar, hablar de pavadas y de cosas serias. Contarte todo lo que quiero contarte. Quedarme en tu abrazo hasta que dejes de doler o hasta que los tres de mayo no sepan más de mí ni yo de ellos, lo que pase primero.
Recomendados
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión