Pasaron cinco días desde que conocí a Fito Páez. Por alguna razón que desconozco o porque quizá me encuentro en un momento en el que quiero verbalizar lo que siento, decidí tratar de volcarlo en este texto.
Lo conocí el pasado martes 11 de abril en la inauguración de un espacio de arte en Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires. Un martes. En un lugar mucho más pequeño que el estadio Vélez Sarsfield, lugar donde Fito hacía diez días atrás había festejado los treinta años de El Amor Después del Amor frente a miles de personas. Y la pregunta que me hice una y otra vez fue “¿qué hago yo acá?”. No formaba parte del staff de alumnos que iba a hacer magia de un momento a otro colgándose de telas y trapecios y tampoco cantaba ni tocaba ni un instrumento en la banda que cerraría el evento después de la aparición estelar de Páez. Mi pregunta era lógica y hasta por momentos me sentí zarpada, ajena, desubicada o un estorbo, pero con el correr de las horas - porque con las personas que fui llegamos al lugar casi tres horas antes que Fito - y antes de que llegue él, entendí que tal vez no tenía que preguntarme nada ni sentirme de ninguna mala manera, que simplemente las cosas que pasaron y la persona que conocí -que muy generosamente me invitó a acompañarla y a ser una más de su banda por un día (aunque, repito, yo no sepa cantar y menos tocar un instrumento)-, hicieron que me tocara a mí tenerlo a Rodolfo Páez a muy, muy poquitos metros para disfrutarlo de una manera más íntima, sin la inmensidad de un estadio que lo hiciera más chiquito (de tamaño, claro) y con su calidez humana - que pude confirmar que tiene aunque ya lo había percibido de haberlo visto en entrevistas - tan cerca, tan a mano.
Después de correrme de ese lugar cómodo de creer que yo no tenía nada que hacer ahí, decidí entregarme a un martes perfecto. Pensé en que unas semanas atrás me dije a mí misma que otra vez me había perdido la oportunidad de ver a Fito en vivo (las entradas de sus dos fechas en Vélez estaban agotadas), que jamás se me hubiese pasado por la cabeza que unos días después de esa chance perdida, iba a tenerlo tan cerca, que parece que posta la vida a veces da giros que no los ves venir ni en pedo y pensé, también, que de alguna forma, de eso se trata vivir, de estar alerta por si viene un sacudón hermoso como este que estoy relatando y al mismo tiempo de ir viviéndola sin tanto apuro ni presiones, dándose el permiso de estar disponible emocionalmente por las dudas, por si algo bueno llega y toca la puerta, dejarlo pasar.
Aquel martes de abril Fito no cantó ni una de sus canciones. Se dedicó a deleitar a su reducido público con una muestra de cómo es tocar el piano con pasión y devoción creando melodías oportunas y necesarias para que los artistas circenses que hacían lo suyo frente a él, se luzcan aún más. Fito ese día fue parte de un todo, fue uno más: un tipo de short, remera y ojotas que parecía un niño jugando y al mismo tiempo siendo el artista que es, con el camino recorrido que tiene y todo el que aún le queda por recorrer.
En tiempos donde nadie escucha a nadie
En tiempos donde todos contra todos
En tiempos egoístas y mezquinos
En tiempos donde siempre estamos solos
conocí a Fito Páez un martes de abril de 2023.
Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor
Comprar un cafecitoRecomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión