La vida y yo ya no nos entendemos. Hace tiempo que dejamos de mirarnos a los ojos, y cada día su presencia se vuelve más insoportable, como una sombra que pesa más de lo que ilumina. Ella, con sus promesas de alegría, sus mañanas soleadas y sus noches llenas de estrellas, ya no me conmueve. Se volvio un eco distante, vacío, incapaz de tocarme el alma.
En cambio, la muerte, silenciosa y paciente, empezo a acercarse. Al principio, me asustaba su presencia, fría y constante, pero con el tiempo nos fuimos conociendo. No es lo que todos dicen. No es cruel ni oscura. Es tranquila, sin pretensiones ni engaños. No me promete nada, pero tampoco me exige más de lo que puedo dar. Me ofrece descanso, un espacio sin expectativas.
En sus brazos no hay presión, no hay necesidad de seguir fingiendo que esta todo bien. Solo hay silencio, un silencio que no juzga ni espera. Y aunque el mundo grite que me aferre a la vida, yo empiezo a encontrar consuelo en la idea de dejarme ir, de soltar la batalla que ya no quiero pelear.
No es que la vida me haya derrotado, es solo que ya no compartimos el mismo camino. Y, mientras ella sigue su curso, empece a caminar junto a la muerte, no con miedo, sino con la paz de saber que, al final, todos terminamos encontrándonos en su abrazo.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión