Deseo la tibia calma de la noche,
deseo el murmullo de los que habitan las noches oscuras,
deseo el sosiego de un libre canto al aire y lo bello que brota de las mañanas sin exigencias.
Sin embargo, un haz de luz me acorrala
un haz de noche me envidia
y se disfraza, pero no me engaña.
Y yo lo siento en mis entrañas,
en mis memorias,
en mi olvido que se vuelve regresivo
y desfallezco inmóvil.
Me deshidrato por la ausencia
de la dulzura de tus palabras.
Mi canto es trivial
pues ya no dice nada
no interroga nada,
es un silencio aturdidor, un oximoron
que brota de mi garganta desgarrada.
Y en su ligereza
derrumba un cuerpo recortado por designios, el mío
aquel que no posee la tibia calma de la noche,
que envidia el murmullo de los que rondan por las calles oscuras,
que implora errático la tranquilidad de un grito al aire.
Pues por más que se desee la calidez de la compañía
bajo el sol de una siesta fría
hay ausencias que colman todo espacio y desenseñan cómo vivir la vida.
Si es que alguna vez existió la enseñanza, hoy está perdida.
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