Tuve que correr al baño cuando cerré la puerta.
me lavé las manos en un movimiento automático, como si parte de mí quisiera borrar el recuerdo de tu piel.
tu partida me dejó agotada, dormí sola, rápido. me levanté tarde y con la certeza de no haber descansado, mis brazos no reposaron sobre nada y mis piernas amanecieron exhaustas de buscarte en lo profundo de la cama. tonta de mí, llorando una partida tan finita; tonto vos, que me miraste sentada sobre la mesa esperando el momento preciso para romperme el corazón.
no sé si lo hiciste alguna vez, no sé si me dejaste o si me dejé, no podría aunque quisiera acomodar el orden de los hechos que no sucedieron, y es que solo te fuiste, apurado por algún amigo deseoso de disputarme, sin querer, tu compañía. malditos todos tus amigos apurados, malditos sus oídos por escucharte primero… o malditos no, en realidad, ellos que te aman. hermosa su presencia a cualquier hora que solicites, y es que desde el principio, en esa noche cuando estábamos en tu auto varados en algún lugar cerca pero lejos de mi casa, ahí lo supe: te amo porque el resto te ama, te amo porque amo cómo te aman.
y eso es lo peor, porque mi amor no me pertenece, es compartido y se vuelve casi un problema social tu ausencia. porque pareciese que la vida se limita y los semáforos se quedan en rojo, la conexión de wifi se cae y la música se para, y todos salimos a la calle a mirar si el de al lado se siente igual, como cuando se corta la luz en las noches de verano bonaerenses, y por alguna razón las calles enteras sienten tu ausencia.
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