Cuando la distancia duele

No todas las promesas se cumplen, pero hubiese deseado que las nuestras sí. Quizás sea porque nunca imaginé que existiría una distancia entre nosotros; porque, entre tantas personas, no creí que serías vos quien se alejara. Aun así, te perdono. Cada día espero tu mensaje, me intento convencer de que esto es temporal y, a veces, sueño que aparecés, aunque sé que no es real; y, de algún modo, eso me ayuda a no extrañarte tanto.

Desde que te conocí supe que había algo distinto en vos, algo que brotaba e invadía mi pecho de preguntas. No entendía qué me impactaba tanto y, aún hoy, no sé explicarlo; solo sé que la vida me regaló los sentimientos más puros convertidos en amistad, sensaciones que, una vez que se sienten, no se pueden frenar. Por eso no puedo dejarte atrás: ningún acto tuyo me hace odiarte, ninguna falta despierta rencor. Y este dolor solo me recuerda una y otra vez lo importante que sos; que, aunque no recuerde cuándo fue que te perdí, no solo te perdí, sino que me perdí.

Eras mi otra mitad, mi confidente, mi amigo. Me entendías cuando ni yo misma me entendía, veías algo en mí que otros no veían, me ofrecías tu mano en cada caída, me escuchabas como nadie lo hacía. Sabías que me dolía, que me hacía feliz, pero creo que nunca tuviste dimensión de lo especial que eras para mí. Ahora siento que no te conozco, que tu vida está lejos de la mía, que no te preocupa si estoy bien o mal, que no te hago falta, que ya nada es igual.

No me importan las voces ajenas ni lo que puedan decir, tu amistad es mi verdad. La guardo con calma y firmeza, con toda lealtad. Si un día decidís volver, voy a estar acá sin dudar, y espero que todo vuelva a ser igual, la calma, la complicidad. Tal vez te lo reproche, no lo voy a ocultar, pero, como dije antes, no hay distancia ni cambio capaz de nuestra unión quebrar.