Nunca encontré otra manera de dimensionar tu belleza que no sea en un atardecer de septiembre.
Ese que mezcla los tonos de rosa y naranja, mientras la brisa fresca contornea tu cara y un vacío existencial sube por tu garganta.
Comienzo a ver como las estrellas se hacen presentes, intento contarlas, así como aquella mañana que intenté contar los lunares en tu cuerpo.
Pero terminé perdiéndome en la curvatura de tus labios y en la sombra de tu cuello.
Cuando pienso en vos se me vienen a la mente todas las mañanas que me acompañaron en mi vida,
con un café caliente, con el sol que entra por la ventana y la música que se hace presente para callar el silencio.
Cuando estoy con vos el silencio no duele, me acompaña.
Cuando estoy con vos no siento frio, siento paz.
A veces me pongo a pensar en las mañanas de aquel agosto frío y gris,
me entra una melancolía al pecho,
intento recordar qué era lo que pensaba para tener la suficiente fuerza de seguir, a pesar de que afuera, todo esté mal,
y la única respuesta que me surge es que lo hacía porque vos me esperabas con un abrazo.
Y de repente todo el vacío que existía adentro mío se llenaba,
y mi cuerpo se colmaba de mariposas repletas de nerviosismo y felicidad,
y la canción que sonaba de fondo se convertía en un himno que no dejaba nunca de sonar,
porque es que no te imaginás,
y nunca lo harás,
lo bien que le hiciste a mi corazón durante las mañanas,
y como lograste que todos los días, me habitara la paz.
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