— Te palpo, te toco la piel, y en medio de la noche mis dedos buscan los tuyos, porque si yo te quiero y vos me querés, tal vez no todo esté tan perdido… aunque el mundo insista en decirnos lo contrario.
Imagino que pensar en alguien con la intensidad del deseo podría, en algún plano, modificar el mundo. O por lo menos, el nuestro.
Es decir: si yo te pienso —verdaderamente te pienso—, ¿no será eso una forma de tocarte? ¿Llegará la idea hasta vos?.
Para mí, el universo no es más que una enorme red de pensamientos coincidentes, una trama invisible que conecta lo que sentimos, aunque estemos lejos.
Entonces, si mi universo te nombra con la fuerza del anhelo, del deseo y del amor, quizás —en otro rincón— vos gires la cabeza, sin saber por qué, y me veas.
Y esté ahí, parado al lado tuyo, haciéndote un chiste o diciéndote lo increíble que me parecés.
Porque yo te pienso, y a veces siento que eso es lo más parecido a un abrazo que puedo darte sin tocarte.
Aunque no pueda verte ni rozarte,
mi mente viaja hacia vos...
te recorre el cuerpo, el cual nunca podría dejar de desear sus curvas,
siente esa piel tan suave, la cual no pararía nunca de tocar,
huele tu perfume, que me sirve de excusa perfecta para acercarme a tu cuello
y te abraza sin manos.
Y en ese viaje constante, te sostengo con la ternura infinita de quien sabe que el amor también puede ser un pensamiento, una caricia que habita en el silencio y que nunca deja de buscarte.
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