No hizo ruido, no tocó la puerta,
llegó de puntillas, con mirada abierta.
No pidió permiso, ni razón ni ley,
solo dijo “estoy”... y me quedé.
No era tormenta, tampoco era calma,
era fuego suave bailando en el alma.
Un pulso nuevo, un aire distinto,
como si el mundo cobrara sentido.
Es mirar y ver más de lo que hay,
es tocar sin manos, volar sin lugar.
Es perder el miedo, soltar el control,
y confiar ciego, aunque duela el sol.
No es cuento perfecto, ni flor sin espina,
es caos hermoso que el pecho adivina.
Es decir “te quiero” sin tener por qué,
y encontrar refugio tan solo en su ser.
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