Introducción
El cuerpo de Jarian temblaba de forma violenta.
Cuando una persona siente odio, específicamente el tipo de odio causado por la ausencia abrupta de un ser querido, dejar de temblar se vuelve una acción impracticable. Al apretar fuertemente su dentición experimentaba una serie de consecuencias molestas y dolorosas que demacraban su calidad de vida. El bruxismo le causaba una punzante e insoportable alteración temporomandibular y recurrentes cefaleas que convertían su vida en un suplicio. Presentaba pensamientos intrusivos de forma recurrente en los que revivía el trauma; éstos lo obligaban a ser consciente de su malestar durante prolongados períodos de tiempo.
El trauma se originó con el asesinato de su hermano, cuyo suceso había desmoronado su existencia y la estabilidad de sus rutinas. Cada noche buscaba dormir profundamente, pero era imposible. El tortuoso acto de cerrar sus párpados provocaba la repetición incesante de imágenes violentas y dolorosas. Con cada pensamiento, el evento traumático se impregnaba de forma permanente en su cerebro, como un tatuaje rojo y desprolijo. El contenido de ese tatuaje eran los recuerdos de la escena del crimen y las situaciones hipotéticas de cómo podría haberse llevado a cabo.
Su hermano había sido desmembrado con un salvajismo tal que podría considerarse propio de los delitos ocurridos en los períodos históricos más retorcidos. Él no había estado presente cuando lo asesinaron, pero fue quien desgraciadamente encontró la escena. Impregnada de sangre, entrañas y vestigios de los actos erráticos de un monstruo, y con un nivel de violencia tal que resultaría inconcebible para la mayoría de las conciencias humanas, dicho escenario grotesco tenía como autora a una delicada joven universitaria que Jarian ya conocía. Una persona tan delgada y frágil había sido capaz de deformar la cara de su hermano al punto de dejarla irreconocible.
¿Cuánto habrá sufrido? Esa pregunta le provocaba angustia.
Recordar el cuerpo allí, mutilado, asemejándose a la reconocida producción artística de Goya, en la que Saturno devora a su propio hijo, o a los trozos sobrantes y frescos de un conejo masacrado por un coyote en el bosque, suscitaba en su interior todo tipo de emociones e ideas aberrantes que lo incomodaban. Él la odiaba, y tanto la odiaba que fantaseaba con imitar la obra de ella utilizando como material su carne.
Jarian sentía un constante remordimiento por tener esas fantasías, pero dentro de él se gestaba un odio efervescente que de a poco encontraba justificación moral para las atrocidades que deseaba llevar a cabo. El no era una mala persona, se repetía, cualquiera haría lo mismo en esta situación. La idea de hacer sufrir a la asesina de su hermano se presentaba ante él como un acompañante invisible que impregnaba todo con un hedor inaguantable, un olor nauseabundo que le recordaba a la putrefacción de la carne. Ese acompañante lo había estado convenciendo de que su malestar se desvanecería al llevar a cabo sus fantasías.
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