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    Cuando Bukowski se robó la musa de Dostoyevski (y viceversa)

    Diego

    May 17, 2025

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    Cuando Bukowski  se robó la musa de Dostoyevski (y viceversa)
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    Hay personas que leen a Dostoievski y juran que comprenden el alma humana.

    Pero al llegar la noche, (y la vida) escogen a otro que ni sabe deletrear la palabra “existencialismo”.

    Y eso, en su absurda coherencia, tiene algo de poesía… o de tragedia.

    Me gusta imaginar imposibles. Por ejemplo, que una mujer vulgar —ebria, desenfrenada, con la lengua afilada y las piernas al aire— de esas que Bukowski elevaba a categoría de diosa sucia, hubiera sido la musa secreta de Fiódor Dostoievski.

    El autor del tormento del alma, el que diseccionó el pecado y la redención, de pronto cayendo en las redes de una mujer que no se confiesa, sino que se burla del confesionario.

    Y al revés.

    Imagino a Charles Bukowski, poeta del vómito y la noche, enamorado de una mujer de otra época: culta, inteligente, con libros en la mesa y un crucifijo en el cuello. Una mujer que no le abre las piernas, sino un abismo.

    Y él, en lugar de escribir sobre cervezas tibias y amantes sin nombre, se encuentra escribiendo sobre el temblor que da mirar a los ojos de alguien que sí lo ve. Un temblor producto de la propia confrontación, y no de estar ebrio.

    Pero lo mejor de esta fantasía literaria no es lo imposible, sino lo irónicamente real.

    Porque hay personas —sí, los hay— que proclaman su amor por Dostoievski. Que hablan de su profundidad, de su oscuridad hermosa. Que citan Los hermanos Karamazov como quien presume cicatrices.

    Pero cuando se enamoran, no buscan a una mujer como Sonia.

    No.

    La cambian por mujeres o hombres con espíritu de la noche, que no saben quién fue Dostoievski, (aunque lo presuman) pero sí cómo fingir orgasmos, gritar obscenidades, ofrecerse como comida en un supermercado, y sonreír para una foto.

    Quizá por eso Bukowski sigue apareciendo en algúna que otra conversación, y Dostoievski duerme en los estantes.

    Porque el alma pesa, pero el cuerpo entretiene.

    Y hay quienes, por miedo a sentir, prefieren sudar.

    Yo, en cambio, me quedo con lo absurdo.

    Con imaginar a Dostoievski escribiendo borracho, y a Bukowski sobrio, temblando por una mujer que no lo toca, pero lo transforma.

    Porque la literatura, como el amor, a veces se escribe mejor cuando no se comprende del todo.

    Y a veces, las musas no se eligen. Se pierden.

    Diego

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