CRUCERO

Vi de todo. Un tipo lleno de oro comiendo al lado mío y yo, con la camiseta de Racing puesta. Hablé con un narco y me contó que fue Dios el que lo salvó. Un comerciante cordobés, mientras miraba el mar, me dijo que estaba seguro de que no merecía tanto. Vi gente esclavizada. Me encontré intentando hablar en inglés y no pude, pero sí logré comunicarme con un indio. Vi a las famosas minitas que aman a los payasos y a la pasta de campeón. Vi gente mirándome de arriba a abajo y otra que ni supo que estuve ahí. Subí y bajé por el ascensor, lleno de desconocidos que se reían sólo por coincidir en esas paredes movedizas. Dormí con la cama sacudiéndose por las olas que atravesaban el barco. Me divertí, mucho. Pegar calcomanías con mis frases en Río y Montevideo estuvo espectacular. No leer ni escribir se sintió rarísimo, pero interesante a la vez. Ir al teatro todas las noches, cenar platos desconocidos, tomar Baileys hasta el hartazgo, ver el sol metiéndose en el océano. Yo qué sé, de todo.

Dias eternos y efímeros al mismo tiempo. Fumar mirando el océano no tiene precio. Caminar por pasillos interminables, tampoco. Recorrer bares durante la noche con un vaso en la mano es hermoso. Un día estar en Brasil contemplando el atardecer y, pocas horas después en Uruguay es increíble. Subir al último piso del barco y ver las luces de la costa es maravilloso, y mirar la oscuridad infinita de la noche también. Cruzarme hinchas de Racing y hacer un quilombo divino. Enamorarme a cada rato. Estar contento todo el tiempo. No sé. Desayunar sin apuros fue un golazo. Tomar mates en Isla Grande, caminar descalzo por ahí. Repito, yo que sé, de todo. Y en Camboriú, tomarme la revancha de estar en ese lugar sin una puta pandemia y sin dolor de muela. 

Nunca creí que iba a subirme a un crucero pero lo hice. Como dije, fue una hermosa serendipia. Tal vez porque, como decía Federico Peralta Ramos, soy una persona gánica. Y está buenísimo.