El aire del barrio huele a jabón para la ropa, a pasto quemado y a leña seca ardiendo en los hogares; huele a frituras, a sopa, y a guiso de anoche recalentado. Animales de granja obstaculizan el paso en la calle principal para protestar contra el uso de agroquímicos y la tala indiscriminada. Los juegos de la placita son un puñado de juguetes abandonados en la arena sucia, y los arcos de fútbol, portales a otro mundo que la hierba esconde. El hornero, ave vigía, construye su nido de barro entre las ramas metálicas de un árbol monstruoso sin hojas. “Pobreza cero”, promete un político, esbozando una sonrisa radiante en la cartelería de la última campaña, con la que una familia refuerza su hogar después del temporal. Un espantapájaros cuida el basural en la esquina baldía, y algunos vecinos dejan cigarrillos, chocolates y licores como ofrenda junto a su inquietante figura. Un sujeto trepa por la escalinata de la torre para reparar la nave ovalada que lo llevará de regreso a su planeta. Los postes de alumbrado utilizan código morse para comunicarse con los visitantes: tres destellos cortos, tres destellos largos y tres destellos cortos.
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