Los monstruos, seres desdichados,
excluidos de su propia emoción.
¿Acaso no somos responsables
de esconderlos tras las rejas del castillo?
A los monstruos de las historias
no se les permite tener sentimientos,
¿Será que los enojados somos nosotros?
Todas las criaturas
estamos atravesadas
por una herida.
Así que antes
de juzgar a un monstruo,
será preciso:
dimensionar su sufrimiento,
comprender su confusión,
imaginar en carne propia
su soledad más fría.
Quizás el remedio
escondido en el bosque
se trata ni más ni menos
que de buscar el amor
como pócima mágica
para volvernos
inimaginablemente
más humanos.
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