creo firmemente que no me hace bien amarte.

Siento curioso que la poca belleza de tus actos me cautive tanto.
No eres de buen carisma ni la más familiarizada con el buen accionar.

Claramente sé que el tonto aquí soy yo,

que, si hablo sobre ti, unos cuantos ojos en blanco me darán opinión.

Necesariamente creí ya haber escuchado bastante sobre ti,

pues no estás seguido cerca mío y tu presencia suele generar conflicto.

Pero la gente disfruta la misma dicha que yo:

decirle tu nombre al aire.

Que ese conjunto de letras tan preciado sea llevado por el viento hacia cualquier dirección es lo mejor que ha existido.

Tu nombre tiene el aleteo de una mariposa hermosa que maltrata con cariño las flores de mi jardín.
Tu nombre me tiene tan engañado que, si me envenenas, diré que yo fui el ruin que bebió de ese vino carmesí.

Lamento ser así de tonto y, a la vez, así de consciente sobre el hecho.
Ellos dicen tu nombre y hablan sobre ti con un irrespeto gigantesco.

¿Cuánto daño ha hecho tu belleza?

Si la vez que yo he sufrido de ella ha sido el gusto más placentero de mi vida.

¿Serán mis receptores de dolor los que inhiben tu dicha dañina?

Por favor, me percato de tu esencia y del perfume de tus ojos cuando me ves.
Sé que no me harías daño jamás en tu vida, y, aunque así lo tratases, nada sentiría.

Pero no seamos tan ingenuos. Sé que yo también puedo jugar contigo.

Los ojos nunca mienten, y los tuyos para eso me han servido,

porque puedes festejar que ellos ven un glaciar firme y rígido,

mientras yo disfrutaré que en tus entrañas aún de amor existe un río.

El hecho es que de ti me enamoré y ahora no sé qué hacer con el resto.

¿Cómo te digo que mis palabras son pensadas para que tus oídos me acepten sin recelo alguno?

¿Cómo te digo que las risas que te saco apaciguan la marea de mi corazón?

Disfrutaré cuando encuentres el amor.

En definitiva, sé que no seré yo.

Una parte de mí desea ver a una pobre alma que se atreva a intentar algo contigo.
Una parte de mí desea que no exista alguien tan valiente de hacerlo mientras yo siga vivo.
Una parte de mí sabe que yo debería ser ambos consentidos.