No hay cabida para la esperanza,
porque cuando uno crece,
donde había espacio,
ahora hay huesos que aparecen,
que se quiebran, que te frenan.
Porque crecer es una limitación:
donde había un castillo,
ahora hay una habitación;
donde había un ejército,
ahora hay un escritor.
¿Cómo podemos pedir esperanza
si ni siquiera sabemos si habrá mañana,
si escuchan nuestras plegarias
o si de algo sirven las grandes hazañas?
Porque no quedan leyendas ni cuentos:
solo un hombre, sin rimas o versos,
con la misma esperanza que un muerto
o con la misma altitud de un cerezo.
Quizá, al final, todo vale la pena,
siempre y cuando haya quien lo vea;
si no, solo seremos esa gran odisea
que no pasó, porque no hubo quien la viera.
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