...
Es solo que así lo creo.
Para quienes nacen hoy, mejor sería que no hubieran sido concebidos.
Es duro decirlo. Es duro y triste creerlo así.
Lo siento.
Los como yo, ya vividos de sobra, podemos observar el apocalipsis como un final de serie. Nos haya gustado o no la representación, contemplamos el final casi como algo ajeno, como atendemos a la propia vida ya hecha al pensarla en el recuerdo. Un suceso.
Pero para quienes recién asoman al mundo, para los que ahora atienden a los funcionarios maestros, para los adolescentes prestos a vivirlo todo, es una putada lo que en estos momentos se monta contra todos.
Primero hay que pagar la guerra con los recursos disponibles para los servicios públicos que necesita el Pueblo; luego, demacrado el populacho, enfadado; por supuesto, advertido por los bustos televisivos, de quien es el culpable, toca poner la carne en el asador: toca ir al frente de guerra, a disparar y ser disparado. Obedecer al capitán que obedece al general que obedece al más rico del gallinero.
Lo que quede luego, si algo queda, será un lugar devastado que precisará de esclavos, mano de obra barata, para reconstruir de nuevo enriqueciendo también a quienes decidieron destrozarlo. Es un ciclo recurrente, es como empezar de cero pero con los ganadores siempre mucho más fuertes. ¿Qué quien gana? Los de siempre.
Ganan los que montan el negocio.
El problema esta vez es que quizás no quieran ser conscientes de su total poder destructivo y esto se les puede ir de las manos. Problema, digo, cuando ese sería el mejor final.
Eso sí sería un empezar de nuevo para el planeta: libre, por fin, de la epidemia humana.
Palomitas.
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