Me divierte hablar con algún acento extranjero. El mejicano tipo chavo del ocho, el brasileño aplicando un fresco portuñol, el caribeño mezcla de colombiano ecuatoriano y venezolano, el alemán tipo Siegfried del superagente 86 mezclado con Europa del este.
Alguna vez tambien les cante a mis hijas una canción patria en un idioma inventado entre alemán, polaco y ruso haciendo de cuenta que yo era un inmigrante. Y entre las cosas que decía, cuando me quería referir a ir al baño a hacer lo segundo, repetía con acento croata: -Bueno, me voy a hacer una Cracovia.
Lo pienso ahora y no puedo explicar de que manera el nombre de la antigua capital cultural de la Europa clasica se convirtio en sinonimo de caca. Creo que en su momento me resulto gracioso usar una palabra que existe para fingir estar hablando en otro idioma, que se yo.
Lo que nos lleva a que mi hija mayor ya en sus 16 añitos un día confiesa públicamente que siempre creyó que la palabra Cracovia realmente se refería al sólido desecho humano, en algún idioma que desconocía.
¡Ah, que plato! diría mi vieja.
Que peligro somos los padres sueltos moldeando las mentes de jovenes con nuestras pelotudeces.
Eso.
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