Le dije a otro individuo hace poco ante la pregunta “¿Cuál es tu visión de la vida?” algo como que la vida es insípida y es a base de “condimentos” tales como la proeza, la épica, el amor, la gloria, la vanidad, entre otras muletillas las que tornan la existencia algo significativo. Eso le dije en ese momento porque es la visión más optimista que me creo en verdad. Después esta la que rige mi ánimo de la vida diaria.
Se puede resumir, en algunos aspectos, con algunas frases
“La muerte viene a reclamar lo que más amamos”
“Entre el dolor y el tedio nos pasamos la vida”
“No nacer es sin duda la mejor fórmula, desafortunadamente no está al alcance de todos”
“La gravedad siempre gana”
Todas las inyecciones de optimismo que alguna vez probé para ser un individuo productivo y socialmente apto fueron inocuas. Creo que es mera cuestión de receptores, eso es algo en lo que pienso mucho: no importa que tan dichosa se vea la vida de un humano, si tales condiciones idílicas no impactan en la persona de modo que se traduzcan en sensaciones anímicas de positividad, no hay refuerzo optimista que pueda funcionar, es cuestión de receptores. Se me vienen a la cabeza aquellos individuos de “la casita”. Se trata de personas que sufrieron la epidemia de poliomielitis y quedaron con sus diafragmas fuera de combate, por lo que tuvieron que sucumbir a la asistencia ventilatoria de por vida, varios con el conocido pulmón de hierro. Hay quienes cuentan que, al hablar con esos pacientes, esperando que enunciaran su hartazgo con la vida, decían para sorpresa de todos que estaban muy felices con sus vidas en el pulmón de hierro, les encantaba la atención que recibían, el apoyo de la gente, los pasatiempos a los que tenían acceso, entre otras cosas. Ellos tienen receptores para las condiciones que, en algunos individuos, sirven para alimentar la voluntad de vivir. Cualquier otro pensaría día y noche en el suicidio o la eutanasia.
Otro aspecto de mi cosmovisión es lo insignificantes que percibo los esfuerzos diarios. Hay un vacío que no aparenta querer marcharse y se hace sentir siempre. Puedo anestesiar tal sensación de malestar, pero la única esperanza real que me surge es la posibilidad de cronificar tal dolor que genera el vacío, evitando la reagudización y, por ende, la claudicación de la voluntad de vivir. La anestesia puede consistir en toda clase de placeres mundanos de los que tanto reniego, en mi caso particular es la escritura, los idiomas, mi interés en la carrera (medicina), la cocina, las caminatas, el aprecio de la naturaleza y las nubes, y el gozo que me produce la estabilidad de mi microentorno en la cotidianeidad. También me revuelco en mis recuerdos más preciados y me olvido de que el tiempo sigue su curso. Pero en algún momento del día el vacío se revela e influye en el ánimo y no importa lo que piense o haga, solo puedo estar triste. En algún momento de mi vida este fenómeno me dejaba con muchas ideas de auto aniquilación y solo sufría mi tristeza, la cual se transformó en nociva. Me di cuenta de que la tristeza se había tornado mi zona de confort, desde mucho tiempo atrás solo me acostumbré a estar melancólico, aislado y desdeñando contra la vida. Si es por decir los hallazgos de mi introspección respecto al tema, solo puedo aseverar que me percibí como un inútil para la vida, y en vez de mejorar o pensar en soluciones, me dispuse a encontrar (incluso inventar) puntos negativos para rechazar la vida y figurármela como una cosa baladí por excelencia.
Tal vez todo consista en aceptar al vacío como parte de la vida insípida, pero nunca dar por ganada la batalla contra el mismo, siempre nos puede derrumbar y entonces, desapareceremos.
Luego están los afectos y los afines
Soy de los que creen que las relaciones afectivas significativas, cercanas, son esencialmente dolorosas, esto porque sentimos mucho en nuestra propia piel lo que siente el afecto y además lo que suceda con él nos afecta en demasía, no se trata de una mera discusión con un sempiterno infeliz de la calle con ánimos de desahogar su infinita frustración con el primer transeúnte con el que se tope.
Me aseguré de aislarme de todos los externos y rodearme estrictamente de “los míos”. “A los míos todo, a los externos ni muerte digna” era una máxima que me repetía cuando veía a los bípedos de afuera interactuar con tanto afecto. No estaba bien de la cabeza, lo admito. Pero algunas cosas cambiaron…
Hoy
Para hoy, lo único que puedo decir por el momento es una frase que escribí en un escrito raro hace muy poco.
“La nada funciona para la mayoría de los infelices
Pero el dolor siempre se apega a las cosas bellas
Por el solo hecho de saberlas caducas, pasajeras”
Necesito del sufrimiento, pues ya no tolero el vacío. Necesito al dolor para poder saber con certeza que todo esto valió la pena, ya que es imposible no sufrir en exceso cuando se pierde algo muy preciado. Y lo que más apreciamos, de seguro se perderá.
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