I. El lamento del Viejo
Triste el Sol se lamenta:
que ausente la corona en su cabeza,
él por más que lo intenta
no consigue la alteza,
pues dignidad no es fruto de riqueza.
Él sentado en su trono
dio a su carestía toda razón,
puesto que no hay patrono
que estando en condición,
no dé a sus criados la justa atención.
Lleno de gracia, para
hacer justicia como buen pastor
debía dar su cara
al mundo con amor
y así transformarse en astro mayor.
Pero el Sol que es muy sabio,
sabe que al mundo no puede ir desnudo,
porque haría un agravio
tan inmenso y agudo,
que al mostrar su cuerpo celeste y crudo
cegaría los ojos
a los Hombres, tanto por su fulgor
de cien mil fuegos rojos;
o por su voz de flor,
que al haber tantas no engendran temor.
II. Amor y parto
Pronta ya la mañana,
el Sol por no ver su amor naufragar
en bahía lejana
cual triste leño en mar,
de la tierna Venus hace su hogar.
Así queda el destello
en el corazón hueco del Lucero,
donde se forma el sello
que en matrimonio vero,
unirá a la Señora y al Viajero.
En el Alba la Esposa,
para los hombres que guardan el cielo
y que a la silenciosa
materia puesta en velo
hacen surcos con peregrino celo;
a los que campesinos
y poetas profetizan la aurora;
a ellos, los cristalinos
signos de la Amadora
les son revelados en feliz hora:
“que el Sol pronto ya está
y para ser coronado Él, al Mundo
como siervo vendrá,
pues el oro fecundo
se aprecia como criado o vagabundo.
Que bajo la cadena
el rostro gana su forma y mirada,
con el que la serena
vista de amor colmada
sirva al Globo”. Dicho esto, en la alborada
Él y Ella se hacen Uno.
La Portadora airea su aluzado
vientre, quien oportuno
se hace saber preñado
del que abrasador se hizo delicado.
III. El Hijo
De la entraña amorosa
una centella de rostro gentil
como madre afectuosa;
pero con el viril
temple del padre tallado en marfil
nació. Y así bendijo
la tierra, que entregada al mineral,
se había hecho cobijo
del infausto puñal
venenoso, que al Hombre hizo animal.
IV. La coronación
El Andrógino Rayo
se hizo el galán con la muda dulzura:
los gorriones de mayo
que invitan a la altura
a la nieve que el enclaustro procura.
Así la eternidad
para el Hijo se hizo oro coronario,
pues el mar la humildad
del Padre que vicario
hizo a su sangre, por ser necesario
que el Sol, fiel pretendiente,
atendiese con empleo los fueros,
celebró diligente
y colocó los veros
laureles de oro en los sienes primeros.
Pero como al completo
reino ha de servir, sobre la inmundicia
y el sufrimiento inquieto
tuvo la audaz caricia
que hacerse, para el Brillo dar justicia.
Sobre el grito de muerte
que lanza el bebé al verse del Jardín
Uterino, él inerte,
expulsado cual ruin
asesino, sucio con el hollín
que deja la carne al
empalidecer frente a la impotencia.
La que se apila tal
como la virulencia
en los dientes, hasta que la inclemencia
los hace, por el alma
juiciosa, caer al fin de rodillas;
aceptó el Hijo en calma
que las manos de arcillas
se alzaran a las cumbres amarillas.
V. El pájaro rompe el cascarón
Tu pueblo así te entrona.
De oro y mugre te haces rey verdadero,
pues la áurea corona
solo es del dios entero.
Lleva el escudo y el látigo fiero
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