La vida me canta en un tono suave,
como el viento que acaricia un campo de trigo,
pero mi corazón parece roto,
siempre un latido detrás del destino.
El sol calienta mi espalda,
pero nunca alcanza el frío en mis huesos y el agua que me refresca la sed,
se vuelve sal antes de que llegue a mis labios.
La felicidad no es un extraño,
pero nunca llega con equipaje.
Se sienta, me sonríe,
y parte antes de que pueda invitarla a quedarse.
La bondad me envuelve,
pero nunca logra quedarse quieta en mi orilla.
No soy infeliz,
aunque mi risa parece llegar tarde a las fiestas,
y los aplausos del mundo me encuentran
cuando ya me he marchado de la escena.
La vida no me debe nada,
pero yo le pregunto si acaso puede prestarme,
un instante en el que todo se alinee,
donde no solo la belleza me roce,
sino que también me pertenezca.
Y mientras tanto sigo,
cantando con la música que no puedo seguir,
bailando bajo un cielo que me quiere,
pero siempre parece olvidarme.
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