La semana pasada me vi sometida a la crueldad usual de mi cabeza.
Solo que, en este momento de mi vida, puedo puntualizar que ese carácter “usual” de las recaídas depresivas parece haberse vuelto el contrapuesto: algo fuera de lo común.
Quiero decir que me tomó por sorpresa, como todas aquellas cosas que empiezan a transformarse en la vida de una, a volverse otra cosa-otra. Parece absurdo pensar que un año atrás estos momentos de absoluto desbalance químico eran pan de cada día. Con la llegada de alguna especie de madurez, una le pierde el miedo a la oscuridad, lo que vuelve extraños los momentos puntuales en los que apagar la luz antes de dormir implica pavor. Pienso: esto ya lo tenía dominado, no entiendo qué pasó.
Pero la depresión no es cosa lineal, y como con todo proceso, hay que aprender a tenerle paciencia. Así que le permití existir, con toda esa extrañeza que trajo de la mano esta vez. No me sale todavía invitarla a tomar el té como si fuera una vieja conocida… pero sí le dejé la puerta abierta y el sillón disponible.
Entre las muchas cosas que escribí durante esa semana (porque solo entre letras puedo aceptar que la vida no tiene sentido), destaco: suelto todo, todo, todo dejo ir.
La búsqueda incansable de mi identidad y brillo parece eterna, pero por momentos hay brotes de lucidez.
Deseé despojarme de todas aquellas cosas que alguna vez me sirvieron de límites. Su propósito era el de ayudarme a entenderme y poder presentarme, de alguna manera, al mundo. Pero la cosa es que me la vivo obsesionada con la idea de conocerme y entenderme, de darle algún sentido a esto que quizás soy, porque no termina de convencerme lo que he mostrado hasta el día de hoy. Cada vez que coexisto un rato con alguien más, me regreso a casa pensando «puta madre, por qué me mostré así». Para aliviar ese peso, he pasado los últimos años probando métodos diversos. He hecho cosas distintas a las que suelo hacer, he leído y he escuchado, he meditado, he conectado y destruido, apagado y rearmado. Busqué manifestar y busqué la practicidad material. Pienso en rendirme todo el rato, pero no rendirme como tirar la toalla– o sí. Rendirme, más bien, como soltar, soltar todo, todo, todo dejar ir.
Pero soy permeable, siempre lo he sido. Y hay abundancia de información. Con esta era de internet, accedemos a la creciente población y sus opiniones diversificadas– muchas de ellas tienen un cierto sentido. Es como cuando una empieza a leer filosofía, y todas las ramas, todas las autoras manejan un grado de coherencia. Con todo se resuena.
Mi nueva obsesión es la de buscar inspiración y respuestas en vlogs y video-ensayos en youtube. ¿No es ese el peor lugar para hacerlo? Cuántos estilos de vida, cuántos consejos, cuántos ideales. No hay cosa que haya visto yo ahí que no me hubiera dejado pensando «yo igual he rumiado esto, y qué lindo verlo reflejado externamente, con alguien que pudo ponerlo en palabras».
Somos todos la misma cosa, haciendo los mismos procesos, teniendo los mismos descubrimientos.
He probado construir y rearmar esta idea de mí desde innumerables posibilidades, visuales o no, alterando mi apariencia y desafiándome. Me he probado que me salgo fácilmente de mis propias creencias: soy más, soy mejor.
No sé si me desprendí de mi ego. No sé ni siquiera si quiero dejar ir esa área conocida. Sí sé que es lo que me hace poder decir qué sí y qué no. Las implicancias de semejante trabajo espiritual son lejanas a mi interés actual, sí, pero también es cierto que la identidad y su (intento de, búsqueda infinita de) expresión es una prisión. Me cansa. Me quiero desligar de algunas ideas viejas, soltarlas, pero me cansa quedar en el vacío constante también.
Ahí entra el dilema de mi vida: encontrar el balance. Porque me cansa escuchar consejos no solicitados y opiniones pedantes. No sé en qué momento empecé a dejar de querer meterme en la vida ajena. Para algunos puede parecer que me volví más cabroncita e insoportable, más desentendida– no me sale más portarme bien y quedar bien con el resto.
Ya fui ético
Y fui errático
Ya fui escéptico
Y fui fanático
Ya fui abúlico
Fui metódico
Ya fui púdico
Fui caótico
En honor al constructo de mi persona despersonificada y llena de imposibles contradicciones, acá van algunas cosas que llevan mucho tiempo gustándome:
colores en tonos mudos, especialmente la gama de rojos y verdes.
el marrón y el amarillo y el anaranjado.
leer y escribir, a pesar de la interminable lucha que me significan.
las estrellas. los animales y toda su crudeza.
el erotismo, la sensualidad, las orgías.
BDSM.
el canibalismo.
las voces suaves y ligeramente monótonas.
el universo de Alicia en el País de las Maravillas y sus creaciones consecuentes.
mis amigas.
la fruta.
la opulencia.
japón e italia.
objetos antiguos.
el tacto.
lo que está por fuera de lo establecido, y lo establecido, a veces, también.
el diseño de interiores.
observar.
dormir la siesta con mi perra en invierno, calientacamas y todo.
las mujeres. y la lluvia.
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