Ante la presente situación que enfrenta el país, en la que la sociedad se divide y se empiezan a cuestionar aquellas cosas que se mantenían en un podio intocable, me veo obligada a contar mi historia.
Mi historia es la historia de mi sangre. En mí recaen los genes de un sinfín de personas distintas, cada una de ellas con un sentido de vida, una ideología y un dios diferente. Por alguna razón me tocó estar entre esas personas y compartir algo tan intangible como lo es una construcción social: la familia.
¿Qué dirían aquellos longevos enterrados sobre su legado? ¿Acaso me mirarían con orgullo o con completa indiferencia? No lo sabré, pero me veo en el espejo y los veo. Los veo, y a la vez no están.
Tengo un linaje de mujeres rotas, inocentes y crueles, y de hombres depravados, machistas y enceguecidos. Esas son las cualidades que primero me vienen a la cabeza. Sin embargo, también hubo quienes fueron soñadores, luchadores y amantes de la vida. ¿Qué harían en mi lugar? ¿Luchar por sus ideales o quedarse en el molde?
Me quedaré con la duda, pero sé muy bien, en el fondo, que cuando nos tocan, cuando nos rompen, nos violan y nos masacran, algo se despierta. Sé que cada uno de ellos tenía una razón para luchar, algo que los movilizaba porque, ¿qué sería del ser humano si fuera un tibio, un saco de boxeo, una ameba que se conforma? Dejaría de existir.
Yo no voy a dejar de existir. No voy a dejar que me toquen. Voy a defender a mis compatriotas, y si hoy toca defender las aulas, lo voy a hacer, y en mi pecho estarán grabados aquellos nombres que también lucharon y que corren por las venas de este cuerpo roto.
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