Podría imaginarlos como algún tipo de personificación de lo que me estaba pasando por la cabeza en ese momento, dentro de lo que había sido una noche divertida, uno y dos comentarios (o algo así) metieron una piedra en cada zapato, y ahora caminar hasta mi tren ya era doloroso, una cabeza tan revolucionada que abrió un hueco en mi estomago, se sentía en mis cejas, en mi caminar.
Aquellos personajes de los que hablo se me fueron revelando lentamente, y lentamente se conectaron todos entre si. Una señora, que apenas se podía mantener de pie, intentaba comer un pan, sweater rosa, caja de memotest en la mano y a su lado, una mujer, un poco mas joven -pero no necesariamente joven- tenia aspecto de bruja, en su rostro una verruga, en su peinado suciedad. La señora, la de rosa, se arrastra al asiento mas cercano, cae sobre el, y en sus piernas, las piezas de memotest caen, junto a otra bolsas y su cuello, sus parpados, las manos se aflojaron de sus pertenencias, y la bruja, se fue. Estamos en el fondo del vagón, al lado de la señora, un hombre de rostro duro, arrugado, añejo y fuerte, tenia sobre su cabeza una cabellera naranja mandarina, pero manchada por el hollín y las canas, a su frente, un hombre, de mirada gentil, triste, un impermeable rojo y una preocupación que cantaban sus manos en la señora que a cada sacudón del tren parecía desmayarse junto a sus papeles de memotest. Frente, un hombre, con mucha presencia, muchísima: una cara casi de primate, también añeja y de facciones duras, pero que a diferencia de las otras, no contenían violencia sino saber, madurez. Sus ojos, celestes cristal, pequeños y encerrados en sus parpados neutros. Frente a este hombre, un joven, con todas las de turro, una gorra tapada por una capucha, un arito en la nariz y en la comisura de la boca, una mochila del tamaño de su torso que dios sabrá que lleva adentro (ropa de un partido de futbol? lo echaron de la casa? pertenencias apropiadas?), el joven y el sabio hablan, comparten, se pasan de mano en mano un famoso Fernandito sin etiqueta, va y vuelve, como la cabeza de la señora que a estas alturas termino de entender que estaba completamente borracha y el colorado que se la quitaba de su hombro. Delante mío, otro joven, raro, una mochila de pedidos ya frente a el ocupando todo el asiento y su bicicleta tirada junto a su pierna, me llaman la atención sus ojos, brillosos, ornamentados por unas pestañas negras, densas, tenia un peinado bastante obsoleto para las barberías actuales y una boca preciosa, si repaso cada facción recuerdo su belleza altamente femenina, pero no dejaba de ser, al fin al cabo, un pibe ganándose el mango. El turro y el delivery entablan una conversación, mientras salto de mirarlos a ellos, por una señora que desvanecía a cada estación que pasábamos y luego por la penetrante mirada de los ojos cristal, escuchaba, pues, una conversación laboral, no, no se conocen, se conocieron ahora siendo la mochila roja el disparador.
Aparecen entonces dos sujetos, dignos de villanía, en su caminar, en su ropa, uno se hurgaba la nariz con violencia y se llevaba el mismo dedo a la boca, tenia barba y pelo descuidado y un lunar que rozaba lo verrugoso cerca de su boca, en un chiste, se vislumbraban los últimos 4 dientes que le quedaban, campera verde, sucia, una parca, a su lado, una rompeviento salmón, un flaco, rapado, siniestro como su compañero se olía una y otra vez su remera y así, tan dupla como se los veía, se saludaban dándose la mano fervientemente, al colorado y al hombre de ojos gentiles, ahora había una ronda de 5 personas, de las cuales una, su cabeza se acercaba cada vez mas al piso del vagón y sus pertenencias a desparramarse por ahí.
Temí que el hombre bello se fuera, me sentía bajo amenaza, mi dolor interno estaba en sincronía con los demonios sueltos en ese vagón, victimas, victimas ciegas de su condición de victimas, ¿pero quien soy yo acaso para dictaminar quien es victima?
Lanús, baja la banda siniestra pero sin antes pedir un trago de ese Fernandito que ahora unía a todos mis sujetos, baja el turro. Corriendo, viene la bruja, en busca de la señora: se levanta, intenta caminar, se cierra la puerta, a los 5 pasos se desploma de cara al piso y escucho por primera vez su voz, sus palabras arrastradas: la ayudan, la levantan: "45 años en la policía federal! van a ir todos presos hijos de puta!"
por suerte, llego a Banfield, la incomodidad que siento es sin precedentes, entre el auto-rechazo y la amenaza exterior los pulmones se me hundían, camine rápido, la señora bajo en Banfield "¡hijo de puta, dame un cigarrillo!" mi paso se disparo al doble, pensé: no quiero ver como esta mujer se cae de las escaleras frente a mi.
Y para consolar esta mente, este corazón, lo vuelco en palabras, que si salieran de mi boca, también estarían arrastradas.
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