Pensar que no vale la pena lamentarse por el pasado es suponer que todo lo que hacemos tiene que valer la pena. También es cierto que el origen de ese retorno al pasado casi nunca es voluntario, casi siempre responde a un hecho fuera de nuestro accionar. Se te atraviesa una fotografía, un encuentro, un video. Así pasó:
Vio por sorpresa, no terminó de comprender y supo que iba a ofrecer cualquier cosa por olvidar lo que había visto. Supo que le sería imposible mirar otra vez y seguir viviendo. Las imágenes eran demoledoras y pese a retirar la mirada en seguida, alcanzaron a entrar en su cabeza con una violencia brutal. Sentía su largo cuerpo expuesto como un nervio al dolor del aire, sin amparo, sin poder inventar un alivio.
En El infierno tan temido, el personaje de Onetti musita: «Todo va a ser más fácil si me convenzo de que también ella es una mujer». Es un intento desesperado por encontrar un marco, una manera de comprender lo incomprensible, lo que se avecina y se acrecienta conforme mira más y más las imágenes. Decadentes, obscenas, cuyo único fin es destruir algo por lo que había luchado mantener a salvo: una idea.
Análogamente el protagonista de Paris, Texas entiende el irremediable final de su odisea, la destrucción de su mundo encarnado en una búsqueda cuyo mayor trofeo no es nada material, sino el símbolo de la felicidad contenido en una mujer. No logra reunir a su familia, pero sí consigue no destruirla mientras se desvanece hacia la oscuridad. «Uno no sabe si realmente ha olvidado su pasado, o el dolor que le provoca recordarlo le obliga a vaciar de recuerdos su memoria», declaró el propio Wim Wenders.
Le habría gustado poder protegerse antes de mirar. Al apaciguarse el dolor, regresó la memoria. Recordó la noche en que ocurrió, el mismo rostro sin carácter, las mismas facciones mundanas que ahora habitaban su inmediatez mental. Él en las calles nocturnas afrontando una pelea en la que jamás debió aceptar participar. La noche en que perdió lo último que quedaba de su mundo entre lágrimas y lamentos que recorrieron la ciudad. El principio del fin del fin del principio.
En la ocasión correspondiente al video pensó que podía comprender la totalidad de la infamia y aun aceptarla. Pero supo que estaban más allá de su alcance la deliberación, la persistencia, el organizado frenesí. Midió su desproporción, se sintió indigno de tanto odio, de tanto amor, de tanta voluntad de hacer sufrir. Le sirvió para medir su necesidad y su desamparo, para saber que la locura que compartían tenía por lo menos la grandeza de carecer de futuro, de no ser medio para nada.
Cada vez con menos curiosidad, sin permitirse palabras ni pensamientos, se vió forzado a empezar a entender. Poco a poco iba admitiéndoselos que aquella era la misma mujer, un poco más gruesa, con cierto aire de aplomo. Por qué no, llegó a pensar por qué no aceptar que las imágenes compartían el mismo origen, pero no sabía que era necesario comprender. La comprensión sucedía en él, y él no estaba interesado en saber qué comprendía, mientras recordaba o estaba viendo su llanto y su quietud. Veía la muerte y la amistad con la muerte, el ensoberbecido desprecio por las reglas que todos habían consentido acatar.
Un hombre que había estado seguro y a salvo y ya no lo está, y no logra explicarse cómo pudo ser, qué error de cálculo produjo el desmoronamiento. Nada. Él se había equivocado, y no donde había pensado sino en otro momento que no quiso siquiera nombrar.
Intempestivo no es inactual, sino fuera de tiempo, en este caso significa fuera de lugar.
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