confinada entre mechones

Encerrada. Atrapada estoy dentro de este extraño cuerpo mío. ¿Es realmente mío?

Estas hebras castañas que caen hasta mi cintura, de a veces lacias, de a veces onduladas, y que se enredan entre sí apenas la brisa juega con ellas. Esta figura mía, blanquecina, pero repleta de pequeños puntos carmesís; curvilínea, escuálida, con las costillas asomándose tímidamente y los senos suaves. Estas manos que escriben, hacen, tocan, sienten, de largos dedos con una pintura roja pronta a caerse, como la sangre escurriendo dentro de mis falanges. Estas cortas piernas níveas que se balancean, se siguen, y se tropiezan en los caminos, se abren ante el deseo y se cierran en sosiego.

Este rostro mío...

Estos ojos del bosque, estos labios de bermejo, estas mejillas de algodón, esta nariz protuberante, estas cejas arqueadas, este rostro mío que se refleja en cada espejo y se hace pasar por mí, por esta alma que vaga dentro de ella en melancolía.

Este cuerpo mío, tan diferente y similar a todos, tan extraño y peculiar, ¿cuándo hallaré la libertad de ella? ¿En dónde está su belleza? ¿En dónde está su fealdad?

Despójenme de esta solidez forastera y dejen mi corazón. Trasladen mi alma a una peonía, reéncarnenme en una semilla. Pertenezco, únicamente, a la tierra. Hagan de mí un renacer en el capullo que se guarda en bajo la piel, y retírenme de este ser humano que engaña con su vencido aroma de almizcle.