Me enredo, una vez más, en este capricho que, aun sabiendo irreal, dejo florecer como espina. Bastaría con que alguien de mi sangre supiera que estoy aquí, confesando mis deseos a la intemperie, para que derramara en mí el veneno. Me arrancaría la desdicha de ser hija como quien extirpa una enfermedad vergonzosa. Porque sí, soy parcialmente… esa palabra que ni siquiera en mi mente se pronuncia del todo.
En secreto intenté también suavizarme bajo el tul del recuerdo, bajo ese fulgor lejano que, aunque amortiguado por el tiempo, todavía hace eco en mis pensamientos. Un sueño que sólo se ha encarnado en dos personas, aunque más intensamente en la primera.
Pienso en ella, en la de los ojos ocre, y en cómo, quizá, fue la única experiencia genuina que tuve con una de mis iguales, sin sombra, sin sordidez. Pienso que tal vez debí sostenerle la mano con más fuerza, pienso que no entiendo cómo pudo amarme en medio de la costra rugosa que entonces me cubría.
Pero ya no hay lugar para el arrepentimiento. Ella es feliz ahora, lo sé. Está comprometida, tomada de la mano por un chico. Y merece eso. Merece ternura limpia, amor claro. Qué bien que al fin reciba lo que tanto buscó.
Y qué bien por mí también, por haber comprendido ,aunque con torpeza, que aquel veneno que me empujaba a mirarla no era suyo, ni mío, sino una reminiscencia gastada del antiguo sabor de otra. Una confusión más, de tantas.
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