Confesionario

Te odio, absolutamente te odio.

Me repugna mirarte cuando no me enceguece la ilusión enferma de tu cariño; porque entonces veo lo que eres en verdad: un hombre desagradable, miserable, patético en su esencia. Intenté quererte —fui la única que alguna vez pudo hacerlo— con toda la pobreza de materia que te compone, y aun así eres incapaz de un gesto de bondad mínima.

Me das asco, un asco denso, que se aferra a la garganta y no se disuelve. Asco a ti, a tu piel, a tus palabras, a todo lo que te rodea como una costra. Te soporto de cara al mundo, pero a veces tu sola existencia sobrepasa cualquier límite.

Ojalá nunca leas esto. Porque entonces sabrías que deseo tu muerte, no por odio puro, sino también por ansia de liberarme. Vivir en paz solo sería posible si desaparecieras sin que yo lo eligiera...

porque si estuviera en mis manos, sé que acabaría corriendo de nuevo hacia tus brazos.