mobile isologo
buscar...

Confesión de una muñeca rota.

Aleinad

Nov 16, 2025

135
Confesión de una muñeca rota.
Empieza a escribir gratis en quaderno

Escribo —si es que una muñeca puede escribir— desde el reflejo astillado de mi propio brillo.

Siempre me enseñaron que las muñecas no sienten, que la porcelana es dura, que el esmalte protege…

Pero a mí se me cuarteó el alma antes que la piel.

Algo sacudió mi vitrina.

Un golpe silencioso, un movimiento imperceptible,

como si alguien hubiera jalado el mueble de la vida sin avisar.

Quisiera decir que “él” no era mi todo,

que no era la mano tibia que me levantaba cuando la guerra del mundo humano hacía temblar mis estantes,

que no era el abrazo que evitaba que me desmoronara.

Pero lo era.

Era mi soporte en un mundo donde una muñeca como yo siempre está al borde de caer.

Y, aun así… se fue.

Los humanos siempre se van.

Supongo que debería estar acostumbrada a que me dejen caer,

a que mis grietas se vuelvan más profundas,

a que el polvo se asiente en mis pestañas de pintura.

A fin de cuentas, nací para ser abandonada.

El primero en soltarme fue mi padre:

el artesano que prometió ser mi vitrina, mi cúpula de cristal, mi castillo indestructible.

Pero él —con manos de creador y corazón de destructor—

me quebró como quien cultiva una rosa solo para deshojarla.

Me arrancó los pétalos uno a uno,

como si quisiera comprobar el sonido exacto en que se fractura una esperanza.

Después arrojó esos pétalos al agua hirviendo

para perfumar un jardín que jamás cuidó.

Así fue como aprendí que algunos padres no son vitrinas protectoras…

son martillos envueltos en caricias.

Pero yo tenía mi refugio en otro muñeco del estante familiar:

mi primo, mi gemelo sin pegar,

mi compañero de juegos.

Éramos el mejor dúo del aparador:

nos escabullíamos a fiestas nocturnas,

robábamos migajas como si fuéramos niños reales,

dormíamos recargados uno en el otro para que nuestras grietas no se abrieran más,

vencíamos juntos a los monstruos de las películas,

creábamos mundos donde las Barbies cabalgaban dinosaurios sin romperse nunca.

Yo amaba con locura a Kenneth.

Pero un día su figura desapareció del estante.

Sin ruido.

Sin sombra.

Sin despedida.

Sólo quedó un hueco donde antes estaba su presencia.

Los humanos dijeron palabras que no entendí.

Yo solo supe que me habían quitado a mi gemelo,

y desde ese día mis chistes rebotan en el aire sin nadie que los entienda.

Luego llegó otro humano:

mi tío, que me tomó entre sus manos como si fuera su muñeca favorita.

Me dio juguetes, dulces, un nombre nuevo y un lugar privilegiado en su repisa.

“Es mi hija”, decía orgulloso,

como si yo fuera más que porcelana rota.

Pero los humanos cambian de colección muy rápido.

Cuando se casó de nuevo y llegó una niña real,

yo fui empujada al fondo del armario,

como un adorno viejo.

Una muñeca más reemplazada por algo más brillante.

Quizá siempre fui eso:

un objeto delicado que solo sirve hasta que llega algo mejor.

Pero entonces apareció Piri,

o Balu, como yo le llamaba en secreto.

Él no me trató como muñeca.

Él me trató como vida.

Era mi padre, mi amigo, mi muralla, mi chef, mi maestro…

la estrella más brillante sobre mi estante.

Ni mil soles podrían opacar su luz.

Con él, mis grietas parecían arte japonés,

esas cicatrices doradas que cuentan historias.

Con él, yo dejaba de ser objeto para convertirme en alma.

Pero todo lo que brilla atrae manos envidiosas.

Un día, Balu no regresó.

No por voluntad propia.

No por cansancio.

No por falta de amor.

Lo arrancaron del tablero de la vida,

como quien roba una figurilla valiosa cuando la tienda está vacía.

Desde entonces mi vitrina quedó fría.

Mi estante, desierto.

Mi porcelana, sin barniz que la proteja.

Mi alma perdió refugio,

y mi oración se volvió apenas un sonido hueco que resuena dentro de mis grietas.

Por eso digo que debería estar acostumbrada al abandono.

Pero la verdad es que jamás lo estuve:

el último no me dejó… me lo robaron.

Y aún así,

con toda mi historia,

con todo el polvo acumulado en mis fracturas,

con toda la melancolía adherida a mi esmalte,

yo no tolero la idea de perderlo a él,

a mi presente,

a mi último intento de hogar.

No puedo imaginar una vida donde no esté,

donde no sea la mano que vuelve a colocarme con cuidado en un estante seguro,

donde no sea el castillo que siempre busqué,

donde no pueda construir mi casa en su abrazo.

Porque soy una muñeca de porcelana rota, sí,

pero todavía ardo por dentro.

Todavía amo con la fuerza de quien ha sido quebrado mil veces

y aun así sigue eligiendo brillar.

Aleinad

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión