Conectados, pero solos: una generación con WiFi y sin abrazos

"Vivimos en una época donde el amor se desliza con el dedo, la amistad se mide en “likes” y el trabajo se vende con filtros."

Es curioso. Nunca estuvimos tan conectados, y al mismo tiempo, tan solos. En el mundo moderno, para conocer una pareja basta con deslizar hacia la derecha en Tinder; para hacer amigos, seguir cuentas en Instagram; para buscar trabajo, presumirse en LinkedIn; y para distraerse, consumir sin parar en TikTok. Todo parece fácil, inmediato, a un clic de distancia. Pero, ¿qué perdimos en el camino?

"Perdimos la pausa. Perdimos la mirada. Perdimos el abrazo sin pantallas de por medio."

Las relaciones humanas se están volviendo tan descartables como las historias de 24 horas. No es que las redes sean el problema en sí. El problema es cuando reemplazan, en lugar de complementar. Cuando dejamos de ver al otro como una persona para verlo como un perfil. Cuando confundimos visibilidad con afecto, y exposición con intimidad.

"La profundidad fue reemplazada por la inmediatez. Las charlas largas por audios cortos. Los silencios cómodos por el doble tilde azul."

La sociedad de hoy tiene miedo al vínculo real porque el vínculo real exige algo que el algoritmo no puede ofrecer: tiempo, presencia, vulnerabilidad.

¿Dónde quedaron las relaciones sanas, de calidad, reales y transparentes?

Tal vez siguen ahí, esperando que apaguemos un rato el teléfono, que levantemos la mirada y nos animemos a conectar en serio. Porque al final, el verdadero “match” no ocurre en una app, sino en ese instante en que dos almas se encuentran y se reconocen sin necesidad de WiFi.

En fin, es como decía Eduardo Galeano: “Estamos en plena cultura del envase. El contenido no interesa.”

¿Y si empezamos a elegir menos pantallas y más piel, menos perfiles y más personas?

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